Un hombre se encuentra en un jardín, sentado en un banco leyendo la prensa mientras de vez en cuando observa a los niños que se encuentran jugando en un parque a pocos cientos de metros de allí, recordando mentalmente cuando él era ese niño despreocupado de todo, ese niño que en muchas ocasiones echaba tanto de menos. Le gustaba estar solo, disfrutar de la tranquilidad, no echaba de menos a nadie. Compartía sus penas, que eran muchas, y sus alegrías, aunque fueran pocas consigo mismo, y es que como él decía la mejor amistad que podemos tener somos nosotros, si nos sabemos apreciar. Aunque en estos momentos él no lo tuviera claro.
Vio llegar a lo lejos que se aproximaban dos hombres más o menos de la misma edad, uno de ellos de posibles pensó a tenor de la vestimenta que llevaba. Pero a veces los seres humanos tendemos a engañar a la gente o que la gente se tome un concepto de nosotros equivocado, pensó. Quién sabe, igual el que le acompañaba, ataviado con unos pantalones agujereados y una camisa que no se sabía ahora con tanto lavados de qué color era igual era un millonetis o un marqués o…lo dicho, a saber.
Sorprendentemente vio como se acercaban hacia donde él se encontraba. Vaya hombre, pensó, espero pasen de largo. Que no quieran pararse por favor, se dijo para sí mismo. No se le vino otra idea a la cabeza que soltar el diario y ponerlo encima del banco. Pero, se haga lo que se haga, nuestro querido “Murphy” siempre nos hace una visita cuando menos lo esperamos. Y así fue lo que a Santi, que así se llamaba nuestro hombre, le pasó.
Los dos hombres se acercaron al banco, Santi se hallaba con la mirada al frente. A decir verdad no se sabía muy bien qué miraba: los niños, los árboles, las flores, todo en general, nada en particular…
- Buenas tardes caballero- le dijo uno de ellos- Disculpe, ¿le importa que nos sentemos?
Sí, claro que le importaba, ¿pero qué podía hacer? ¿Qué excusa dar? ¿Qué argumentos justificar? Al fin y al cabo estaban en un lugar público. Se lo tomó como una pregunta retórica, retiró la prensa y con un gesto les invitó a tomar asiento mientras él buscaba la página de deportes otra vez.
- Y bien, ¿cómo te ha ido la entrevista?- oyó que le decía uno de los hombres al otro.
- Pues a rasgos generales, Andrés, creo que bien, pero los particulares ya son harina de otro costal.
- Vamos Mateo, cambia esa actitud, con ella no conseguirás nada. Tienes para ese puesto la mejor de las titulaciones y el mejor historial laboral que nadie pueda tener. Años de experiencia te avalan, recuérdalo.
- Sí, años, tú lo has dicho, casi cuarenta para ser más exactos. No creo que estén muy interesados en ese perfil por mucha experiencia como tú dices que tengo. A decir verdad tampoco sé a ciencia cierta el perfil que buscan. Después de que a mí me hayan entrevistado a entrado un muchacho que bien podría ser mi hijo, ¿dará el perfil para ellos un recién salido del horno?
- Con ese aire de pesimismo no llegarás a ningún lado. Espero no hayas tenido esa postura hace una hora, sino apaga y vámonos y con eso la edad no habrá tenido la culpa.
- No, tranquilo, que he seguido todos los cánones que dicta el mundo empresarial en estas lides: seguridad, mirar a los ojos a tu adversario (en este caso el jefe de recursos humanos), no cruzar ni piernas ni brazos…Dios, pero donde me veo. Quién me ha visto y quién me ve. Afortunado tú que lo tienes todo.
- ¿A qué le llamas todo si puede saberse? Sí, Mateo sí, tengo trabajo y en estos tiempos que corren eso es ya no para tocarla, sino igual para llevarse este banco de madera a casa y usarlo como amuleto. Pero…hay tantas cosas que…tú sin embargo tienes una mujer maravillosa y dos niños estupendos mientras que yo sufrí la desgracia de perder a mi novia en ese maldito accidente.
- Lo siento Andrés, no pretendía…Sí, igual me estoy quejando por tonterías.
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