Santi les escuchaba (era inevitable, se encontraba sentado justo al lado de ellos) y se decía: “pobrecitos: bienvenidos al mundo”. Los hombres seguían hablando, el que parece ser se llamaba Andrés estaba ahora dando lecciones de moral. Que ganas de levantarse y darle un buen guantazo, pensó. Miró a los niños que se hallaban jugando y, luego de refilón miró al filósofo como le bautizó. No supo quién era más crío, si ese niño con el polo naranja que ahora iba a buscar su balón o ese hombre con buenas pintas. ¿Y si se decidía? ¿Y si se levantaba y soltaba cuatro frescas? Se preguntó de quién era la culpa de que existieran personas así, ¿de la sociedad? ¿De la clase política? Quién sabe, igual quienes debían estar sentenciados eran la mezcla de unos y otros, unos y otros que habían abocado a que este mundo se hundiera…Los dos hombres seguían con su perorata, uno hablando y recordando ese trágico suceso. La noche, la oscuridad que todo lo envuelve, los efectos del alcohol mezclados con el verbo conducir…hablando de y recordando su tragedia. El otro consolándole. Tenía gracia la cosa, pensó, no hacía ni diez minutos era el otro el que ponía su hombro, era el otro el que intentaba animar al que habiendo adoptado una postura “pobrecito de mi, nadie me comprende” se aquejaba de no tener empleo y de que nadie se fijara en él.
Un balón fue a parar a los pies del banco y un niño se aproximó para cogerlo. Santi se agachó, cogió el esférico y se lo entregó al muchacho el cual se limitó a mirarle a los ojos y esbozar una sonrisa como única respuesta. Los dos hombres seguían con su perorata.
- Sí, tienes razón, debo ser más positivo o por lo menos intentarlo. Pero no es fácil y aún suerte que por lo menos Malena tiene trabajo estable. Aunque lo suyo le costó, aprobó las oposiciones la cuarta vez que se presentó.
- Bueno, no es tarea fácil ni la ponen fácil. Mucha gente que se presenta, mucho temario…pero bien le ha merecido la pena la lucha. Oye, y… ¿por qué no opositas tú?
- No, no, ni hablar, no estoy hecho para eso. Y que conste que no tengo nada en contra de los funcionarios, es que no se…Que no me va, y punto.
- Vale, vale, lo que tú digas, solo era por proponerte salidas. Disculpe-dijo dirigiéndose a Santi-supongo que le es inevitable escuchar la conversación-siento si le estamos aburriendo.
- No, no, para nada… (¡y un cuerno!)-respondió Santi dirigiéndose a los contertulios-no se preocupen por mí. La verdad es que estoy tan absorto que ni me entero, ustedes tranquilos.
- ¿Algo interesante?-preguntó Mateo señalando el periódico que sujetaba con manos firmes Santi para evitar que el aire traicionero que azotaba no hiciera de las suyas.
- ¿Qué quiere? Lo mismo de siempre, a decir verdad no sé para qué me molesto en comprarlo. Si pusiera en una hucha todos los días el euro que me cuesta con el paso del tiempo saldría ganando. Me ha parecido oír que busca empleo-dijo dirigiéndose a Mateo-¿Puedo saber de qué exactamente? Si no le importa el contármelo claro. Pensó que ya que había tenido que soportar “la tragedia” de que invadieran su espacio mejor unirse a ellos. Como se suele decir: si no puedes con tu enemigo, únete a él.
- Pues busco trabajo de lo mío, concretamente soy escritor y también editor. Ahora mismo vengo de una entrevista para una famosa editorial.
- Ah, y…según lo que he podido escuchar… ¿se puede ser eso con veinte años? Lo digo por el jovencito que ha mencionado usted.
- Bueno, igual tenía unos cuantos años más, pero desde luego parecía un mozalbete.
- Así que quiere encontrar empleo y de lo suyo en los tiempos que corren. Veo que usted es de los que cree en eso de por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas.
- Puede. Y usted, ¿a qué se dedica?-le preguntó Mateo con aire de interesado.
- Miro, analizo, compruebo actitudes, aptitudes, dotes…sin ir más lejos, ahora mismo estoy trabajando.
- Ostras-intervino Andrés-un trabajo sentado en un banco de un espléndido jardín, yo también quiero.
- No se confunda…que nada es lo que parece- y buscando en el bolsillo de su chaqueta les enseñó una tarjeta de identificación.
- No entiendo nada-dijo Mateo mirando lo que ponía-¿a qué se dedica usted con palabras coloquiales por favor?
- Soy ojeador-dijo señalando a los niños del parque enfrascados en la disputa del balón-les miro, les observo, analizo y…si veo alguno con posibles, ataco.
- Anda, eso resulta muy interesante-dijo Andrés-¿Y de qué equipo si se puede decir?
- Oh, no, de ninguno. Yo no me vendo a nadie y me vendo a todos. Ofrezco mi producto, en este caso mis descubrimientos a todos los equipos y luego a los que les pueda interesar opto por el mejor postor. No tengo manías entre camisetas, colores, escudos, sentimientos…El mundo del deporte es un negocio más se lo digo yo aunque muchos se empeñen en insistir en lo contrario, totalmente respetable claro está.
- Y…alguno de los jugadores que hoy en día despuntan, ¿no lo habrá descubierto usted por casualidad?
- No me gusta alardear de esas cosas, no me gusta ser protagonista, prefiero estar en la sombra. Pero bueno, ya que le pica la curiosidad le diré un nombre: Zacarí.
- ¡Madre mía!, eso es fantástico. Ese jugador es un verdadero portento. Así que lo descubrió usted…Y, oiga, ¿se gana mucho con esto?
- Hay épocas, conseguir alguien como Zacarí es muy difícil. No crea usted que todos los críos pueden llegar y los que llegan luego, al cabo del tiempo, se les ve que no eran tanto como en un principio no sé si me explico. Y al revés también sucede, ¿saben? ¿Ven aquel niño de allí de la camiseta naranja y bermudas verdes?
- Ese que no da pie con bola se refiere-le dijo Andrés.
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