EL COLUMPIO-2

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Diez minutos más tarde se abrió al público y poco a poco fuimos cogiendo nuestro número para esperar turno, cogí el mío y me senté. No tuve que esperar mucho, el poner un simple sello, decir que no hay nada de tus características y el “lo siento” de rigor no llevaban más que dos minutos a lo sumo.

Así que ahora me encontraba allí sentado frente a Cristina, observándola mientras introducía mis datos en el ordenador. La verdad es que ese día estaba especialmente guapa con el pelo suelto, se lo había alisado y parecía que se había puesto unas mechas pelirrojas en su cabello castaño. No le quedaba mal, pero que nada, nada mal… ¿estaría soltera? No, pensé, como va a estar soltera, no hay más que verla.

Pedro, ¿me escuchas? ¡Pedro! Al parecer me había quedado ensimismado en mis pensamientos, sentí una vergüenza enorme. Perdona Cristina, le dije, estaba con la mente en otro lado. No hace falta que lo digas, puedo hacerlo yo: no hay nada de mis características.

¿Te encuentras bien? Vete a saber cuales serían tus pensamientos, porque desde luego estabas en la inopia. ¿Te preocupa algo? ¿Puedo ayudarte?, me dijo Cristina mirándome a los ojos y deseando que, por favor, no lo hiciera por mucho más tiempo. Tenía unos ojos verde oliva que hipnotizaban, que me hipnotizaban. Le dije que no, que eran cosas mías y que no me hiciera caso.

¿Sería posible que me hubiera enamorado? No lo se, solo se que al salir por la puerta y pensar que, a no ser que nuestros caminos se cruzaran, no volvería a verla hasta dentro de un mes, todo mi cuerpo se puso en alerta. Eso era una señal o algo por el estilo, ¿o no? Como estaba plagado de dudas, decidí encaminarme al parque y pedir asesoramiento espiritual a mi columpio, seguro que él sabría desenredar esos nudos que se habían formado en esta cuerda de mis sentimientos.

Llegué, me senté y me balanceé con los ojos cerrados, dejando que el aire acariciara mi rostro. No necesité mucho rato y, la verdad, tampoco hubiera necesitado el columpio. Lo sabía antes de sentarme, quería a Cristina y el solo hecho de no poder verla hasta el día cinco del próximo mes me ponía enfermo.

Porque no era yo un hombre echado para adelante, y en lo concerniente a amoríos menos (quizás por eso seguía soltero), había tenido mis cosas por supuesto, pero nada que se le pudiera considerar una novia. Vamos, jamás presenté a nadie oficialmente a mis padres, para que nos entendamos.

Así que sabía que me tendría que conformar con mi amor silenciado,  con mi amor por una mirada verde oliva que todos los meses me devolvía las energías. Todos los días miraba mi carnet de desempleado y acariciaba los sellos, me ayudaba a estar más cerca de ella hasta la siguiente ocasión en que volvería a verla. Una parte de mi deseaba no encontrar trabajo jamás.

Pero hete aquí que una tarde sentado delante del ordenador, una de las cosas que constituían también mi forma de pasar el tiempo cuando vi una página en facebook ubicada en mi ciudad y que anunciaba punto de lectura. Vamos, era una página que recomendaba libros, luego la gente todas las semanas quedaba en la biblioteca del centro histórico y compartía opiniones, tertulia…Me pareció una forma interesante de hacer algo distinto, me encantaba la lectura y tanto tiempo de destierro no era nada bueno, seguro que me vendría bien hacer nuevos amigos. Le di al “me gusta” de rigor y solicité información ya que estaba interesado.

Me contestaron al cabo de una hora aproximadamente, se reunían los miércoles a las seis de la tarde en la biblioteca y todos comentaban el libro o libros que hubieran leído esa semana, si les habían gustado, si los recomendaban…Manifesté que estaría encantado de acudir la siguiente semana e intercambiar críticas y sugerencias literarias.

Llegó el miércoles y me dirigí a la biblioteca libro en mano. Esa semana le había tocado el turno a “La caída de los gigantes” y esperaba que dicha lectura recibiera buenas críticas por parte de mis nuevas amistades. A mí por lo menos, me había gustado. Entré y me dirigí a la sala de lectura y cual no fue mi sorpresa que al dar el saludo de rigor y girarse todos para dame la bienvenida, ahí estaba ella. Cristina se levantó de su asiento y se dirigió hacia mí, me dio dos besos y me dijo que la acompañara. No entendía nada, pero le hice caso porque la hubiera acompañado al fin del mundo.

 

 

 

 

 


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