EN SU PAPEL-PARTE 2

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-  Tome asiento por favor.

-  Gracias. Miré le he traído…

-  No se moleste, lo que usted nos trae ya lo tenemos nosotros, nos mandó un correo electrónico ¿no lo recuerda?

-  Sí, por supuesto, pero aquí profundizo un poco más…

-  Lo profundizaremos como usted dice con esta pequeña charla, ¿le parece?

-  De acuerdo, como prefiera.

-  Lo prefiero. Bien, ¿usted busca trabajar o trabajar en nuestra empresa?

-  ¿Es una pregunta trampa?-estuvo tentado de preguntar-pero se abstuvo.

-  Le seré franco, busco trabajar y si es en su empresa daré lo mejor y más de mí por ella.

-  Interesante… ¿y qué es según usted lo mejor? Y no me venga con sus titulaciones y su experiencia laboral, de eso ya me he dado por enterado. ¿Qué nos puede aportar? Venga, véndase, a ver si consigue que le compre.

 Vaya, no contaba con eso, en el resto de entrevistas era un diálogo entre el responsable del sector y él pero esta vez le pedían que hiciera un monólogo. No estaba preparado para ello y enmudeció.

-  No tengo todo el día, hay una muchacha aún esperando e imagino que ella tampoco le gustará perder el tiempo como me lo está haciendo usted perder a mí. Si no se ve capaz, levántese y márchese. Si no cambia de reacción desde luego usted no es la persona más idónea para el puesto. Aquí no solo prima el saber, sino el saber estar.

-  No se confunda, solo me ha desconcertado, disculpe. Jamás se me había pedido que me promocionara a mí mismo. Siempre habían primado los papeles y la calidad del producto era vista a la hora de la contratación con las horas trabajadas. Amén de que se me hace raro que se me compare con una cosa.

-  Está bien, cambiemos de registro, quizás entonces comprenda usted mi proceder. ¿Sabe con exactitud para qué es el empleo?

-  No, en realidad en el anuncio no especificaba mucho, solo que era de alto ejecutivo, la titulación requerida y tener don de gentes. Creo que no había nada más. Bueno, sí, que se valorarían idiomas, cuatro en mi caso hablados y escritos.

-  Lo sé, lo sé. Bien, la entidad está buscando alguien para sustituirme y han pensado que la persona idónea para dar con ella soy yo mismo. Motivos personales que ahora no vienen al caso me impiden seguir aquí.  Y ahora, por favor, como le digo, dígame qué puede ofrecer, en sus manos si sabe bien cómo proceder, estará un equipo que trabajará a sus órdenes, tendrá que saber cómo domarlos y lo más esencial es saber amaestrarse a uno mismo. No es fácil, no crea, se reciben muchos latigazos por todos lados y uno no sabe si llega a compensar o no pese a la gran retribución que se recibe. Le escucho.

Respiró hondo, contó hasta tres y le soltó un discurso de padre y muy señor mío. A medida que disertaba le iba pareciendo que no hacía más que decir chorradas o que omitía cosas que eran importantes o así lo pensaba.  Pensó que bien podían haberle avisado a la hora de concertar la entrevista que tenía que verse en esa tesitura. Miró a su interlocutor, del cual por cierto no sabía ni su nombre, ni siquiera en eso jugaban en igualdad de condiciones. De repente, mientras hablaba, en un acto reflejo dirigió su mirada a sus piernas y sus manos. Tenía las piernas cruzadas y las colocó bien y dejó de frotarse las manos, no quería emular al de la camisa de cuadros, a saber si Amelia no tendría razón.

Cuando le pareció que ya había dicho suficiente, no quería resultar aburrido ni pesado así se lo hizo saber al entrevistador. Éste le dio las gracias por su tiempo y le invitó a marcharse con el típico “le llamaremos con lo que sea”.

Al salir las miradas entre Amelia y él fueron claras: ¿cómo ha ido? Pero no dio tiempo a nada más, puesto que la muchacha entró donde él había estado hacía escasos minutos. A ella le resultaría sencillo hablar sola pensó y también pensó que pese a lo que el futuro les deparara ojalá volviera a cruzársela en su camino. Le dio la impresión que bien valía la pena pero también sabía que no valía le pena estrujarse el cerebro en ello, puesto que solo el destino era conocedor de si Amelia y él volverían a cruzar sus caminos. Él deseaba que así fuera.

Amelia entró en el despacho, cerró la puerta y sin más se sentó dejando la carpeta sobre la mesa. Miró fijamente a su interlocutor aguardando a que éste que estaba estudiando concienzudamente parecía unos documentos a tenor de la concentración y del ceño fruncido le hiciera caso. Por fin, después de unos minutos que a ella le parecieron eternos levantó la vista y le preguntó:

-  Bien, ¿cuál es su veredicto exterior?

-  Esta vez ha sido complicado, a excepción de un señor que venía con camisa de cuadros

-  Ya, Don Tembleque.

-  Nunca mejor dicho sí. Como decía, a excepción del susodicho del resto ninguno me ha parecido que se saliera de lo normal. Me explico, puesto que en esta empresa es la primera vez que se requieren los servicios de la asesoría donde trabajo, todos los candidatos se les ve ansiosos, nerviosos, con aspecto de que llevan una larga temporada en la sequía laboral. Eso es tristemente lo que se ve a día de hoy, las ventajas que a todos les acompaña es el saberlo disimular, pero como bien sabe la experiencia que me avala no les ha servido como para que no me diera cuenta. Por lo que más valdrá que me vaya preguntando uno por uno y le iré diciendo, ¿le parece?


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