EN SU PAPEL-PARTE 8

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Amelia llegó a su destino con la respiración entrecortada pero llegó. A la hora justa, eso sí, porque fue sentarse y dos minutos después llamar al primer candidato. Un hombre de estatura media, castaño, rondaría unos cuarenta años pensó. No había tenido el tiempo suficiente para analizarle con la precisión que requerían sus estudios, dos minutos no daban para perforar la mente de nadie. O, ¿quizás sí? Pensó en Samuel, a él no le había llevado ni dos segundos perforar la suya y todavía se estaba preguntando los motivos.

El jefe de recursos humanos atendió a la última persona allí presente, una joven mujer que parecía recién salida de un catálogo, lo cual esperaba que no fuera condicionante para la decisión final a no ser que la presencia casara con la buena preparación para la labor que se le encomendaría. Al realizar sobre ella su análisis mental no pudo ver a alguien en demasía inteligente aunque tampoco lo contrario. En realidad, eso mismo le pasó con el resto de personas que estaban allí y es que, en definitiva, no estaba teniendo el mejor de sus días laboralmente hablando, se entiende. En otros aspectos, estaba siendo una jornada maravillosa: había visto de nuevo a Samuel.

Entró y se encontró con una joven mujer que rondaba la treintena, o esa fue su impresión, la cual nunca le fallaba. Estuvo tentada de preguntar y comprobar si había ganado su peculiar apuesta, pero enseguida lo pensó mejor, para algunas mujeres el tema edad era tabú. Menuda tontería, pensaba siempre.

-  Hola, buenos días, tome asiento por favor, ¿desea tomar algo?

-  No, gracias, se lo agradezco

-  Usted debe ser Amelia, la psicóloga, ¿verdad?

-  Así es, yo soy ella sí. Si no le importa, me gustaría que fuéramos directamente al asunto que me ha traído hasta aquí.

-  Otras empresas que visitar, ¿no?

-  En efecto, dos más esta mañana y cuatro esta tarde.

-  No sé si felicitarla o darle el pésame.

-  Bueno, no todos los días son así por suerte.

-  Ya, pero un día como hoy no me gustaría estar en su papel

-  Créame que ni siquiera a mí misma.

Samuel llegó a casa de Sandra alrededor de mediodía. Se la encontró en la cocina preparando la comida.

-  Qué bien huele hermanita.

-  Si te apetece, puedes quedarte. Es más, te lo agradecería, necesito compañía. Oye, que siento mucho lo de ayer, en cuanto abran voy o llamo por teléfono y me doy de baja de las clases.

-  De eso ni hablar. Vamos, solo faltaría.

-  No quiero tener problemas con el juicio de por medio Samuel, a saber qué estrategia puede utilizar su abogada en mi contra y, la verdad, de la mía pues…pues que no me fío mucho.

-  ¿Y por qué no la cambias?

-  Samuel, mi abogada es de oficio al no tener recursos por si no lo recuerdas. En estos casos te asignan el que te asignan y no te toca más remedio que conformarte.

-  Ya, imagino que como no cobran o cobran tarde y una miseria no le ponen el interés que pondrían si les pagaras una minuta como corresponde, ¿me estás diciendo eso?

-  No lo sé. No sé si es eso o si es ella que…que no lo sé Samuel, no lo sé. Lo único que sé es que estoy asustada, no quiero perder a mis hijos.

-  Y no los perderás, deja de ponerte en lo peor. Y tú déjate de chorradas y sigue yendo a esas clases de macramé, no le des el gusto de creer que te tiene dominada porque eso es lo que quiere. ¿O es que no te has dado cuenta?

-  Pero, ¿y si tiene razón? ¿y si resulta…?

-  Para, para… ¿razón en qué? No eres una mala madre por querer tener unos ratos de ocio a la semana. Mira Sandra, mientras venía hacia aquí estaba pensando en algo y te pondré en antecedentes, espero no enterarme que mientras tiene las visitas de los gemelos Santiago está en otro lugar que no sea con ellos porque tendrá problemas.

-  Samuel, no me gustaría que los tuvieras tú por culpa de ese imbécil. Te agradezco tus desvelos de verdad, pero creo que esta partida solo la puedo jugar yo.

-  Sí, pero no olvides que en cualquier momento puedo ser tu comodín. Mira, hablando y hablando el reloj está a punto de marcar la una, ¿Enrique y Sasha salen a la una y media del colegio no? Me gustaría ir a por ellos, así les doy una sorpresa, seguro que no se lo esperan. Creo que están algo disgustados conmigo, ¿sabes?

-  ¿Contigo? Me extraña con lo que te quieren.

-  Sí, sí, pero cuando te piden tortitas y te niegas a complacerles…Y claro, como me dijiste que la niña había estado mala obré en consecuencia. En lugar de tortitas, tostaditas. Bueno, voy a buscarles, ¿quieres que te traiga algo de camino?

-  No gracias, no necesito nada.

Salió a la calle rumbo al colegio. Tenía que hacer algo por Sandra, sobre todo por sus sobrinos, pero no sabía qué. Desgraciadamente, económicamente hablando, él tampoco podía lanzar campanas al vuelo por lo que pagarle un pica pleitos estaba prácticamente descartado. De todas formas, se dijo que miraría cuánto dinero tenía en el plan de ahorros y preguntaría a la entidad bancaria si podía sacarlo. En caso contrario, igual podía pedir un préstamo. 

El colegio no estaba lejos, así que fue andando. De repente sonó el móvil, era César.

-  Hola Samuel, ¿Qué tal todo? Oye, que te llamaba porque esta tarde tenemos partida en casa de Pedro, ¿te apuntas no? Dime que sí, eres la mejor pareja de tute que pueda tener, te necesito.

-  Gracias por el cumplido César, pero hoy no va a poder ser, Sandra me necesita. Ahora mismo me dirijo a buscar a los niños, comeré con ellos y lo más seguro me quede el resto de la tarde, no quiero dejarla sola.

-  Las cosas no van bien con Santiago, ¿verdad? Ya se lo dije que no le convenía, que no se casara con él. Pero nada, terca como una mula. Lo siento, sé que es tu hermana.

-  Tranquilo, no te preocupes.

-  Pero, ¿está mal o algo? Si puedo ayudar, de verdad Samuel no dudéis tanto ella como tú en decírmelo. Nos conocemos desde la guardería como quién dice, creo que puede haber la confianza suficiente.

-  Lo sé Cesar, lo sé. Tenía pensado mañana dirigirme al banco y comprobar mis recursos. Los de mi hermana no son muy boyantes, le lleva el caso una abogada del turno de oficio y no termina de fiarse. A ver si tengo suerte y puedo tener la oportunidad de procurarle uno de pago, a ver si se esmera más. Pero quién sabe, igual pese a ser de justicia gratuita sí está haciendo lo que puede y son manías de Sandra.

-  Tal vez. Oye, ¿pero a santo de qué tienes que ir a pedir dinero al banco teniéndome a mí?

-  Ni hablar, no pienso…


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