EN SU PAPEL-PARTE 11
Por menorcabella
Enviado el 08/04/2016, clasificado en Varios / otros
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Dejó de mirar el móvil como si fuera un animal raro y sin más dilación buscó en la agenda de contactos el número de su amiga Raquel para contarle las cuatro cosas que sabía. Raquel era una de sus mejores amigas pero, más importante, una de las mejores abogadas que uno se podía encontrar y dadas las circunstancias de Blanca era lo que César pensó que necesitaba. Era una mujer que a nivel personal puede que fuera amable y hasta una buena amiga pero él sabía por comentarios al respecto que dentro del Palacio de Justicia no dejaba títere con cabeza, usando los métodos más inverosímiles, hasta donde la ley permitía claro, para lograr sus propósitos. Se decía de ella que se la temía, que cualquier pica pleitos rezaba para no encontrársela como rival y que cuando lo hacían se encomendaban a todos los santos existentes y por existir incluso en algunas esferas se decía que era temida hasta por algunos magistrados. Todo ello conllevaba que cobrara unas minutas desorbitadas. Pero el fin justifica los medios, se dijo César, y tanto su amigo Samuel que en cierta forma como hermano de Blanca le afectaba como Blanca mismo eran unos fines más que justificables. Cuando acabó la conversación con su amiga recibió un washap donde escuetamente se le decía: letrado Santiago: Adrián Arizmendi el cual reenvió de inmediato a Raquel.
Cuando Raquel leyó lo que ponía en la pantalla un sinfín de sentimientos encontrados se le vinieron a la mente y a su corazón. Iba a enfrentarse a Adrian, que no solo era un grandísimo y complicadísimo rival sino que también había sido su gran amor, su primer amor, ese amor que uno pese a otras relaciones, otros romances…jamás olvida. No sabía si a él le pasaba lo mismo y si esos sentimientos que ahora a ella la habían trastocado le trastocaban también. Bueno sí, sí lo sabía, a quién pretendía engañar. Pero una vez pasada la emoción del primer momento se dijo a sí misma que ante todo era una profesional y que debía comportarse como tal. Su misión en estos momentos con independencia de las emociones era poner toda la carne en el asador para preparar la mejor de las defensas solo teniendo en cuenta por donde le pudieran venir los ataques legales de Adrián. Simple y llanamente eso: sus ataques legales. A la mañana siguiente debía dirigirse al despacho de quién había llevado el procedimiento a través de la justicia gratuita para coger el testigo. Una vez repuesta del shock que había supuesto ver el nombre de Adrián se encaminó a su casa donde comenzó a preparar la partida.
Una vez acabadas las confesiones se produjo el silencio. Amelia y Maite se miraron fijamente sin mediar palabra ni la una ni la otra hasta que, por ser inevitable, ese mutismo se rompió.
- ¿Y bien? ¿No vas a decir nada? ¿Aunque sea que la he cagado y que soy una auténtica gilipollas?
- Por lo visto, para qué voy a hablar, te lo estás diciendo todo tú solita. Mira Amelia, en lo referente a Samuel en efecto, sí, es una lástima que te tengas que esconder. Aunque no lo sería si… ¿te refresco la memoria o sabes quién nos dio la idea del método que usas? O, claro, por supuesto que lo sabes, si fuiste tú misma. La vida está llena de ironías, ¿no crees? En cuanto a lo del supermercado, pues chica no soy quién para opinar al respecto pese a que por lo que me cuentas tranquila que lo más probable hubiese hecho lo mismo. Si me pides consejo yo te diría que si Samuel se vuelve a cruzar en tu camino o si tú te cruzas en su sendero en primer lugar te asegures de que es un hombre del que una se puede fiar, ya sabes la política de esta asesoría, y tú sabes leer el subconsciente y, si es así, te desnudes. Tú ya me entiendes por donde voy.
- No es tan fácil Maite, tú no lo entiendes
- ¿El qué no entiendo? Lo comprendo muy bien, quién parece no hacerlo eres tú.
- Anda, mira la hora que es, tengo que marcharme que llegaré tarde.
- Sí, sí, tú esconde la cabeza como los avestruces pero tarde o temprano tendrás que sacarla y enfrentarte a tus propios miedos, ten eso en cuenta.
Vio como Amelia partía y volvió a sus quehaceres. En algunas ocasiones había sentido envidia de su compañera, que emocionante debería ser cual héroe de capa roja adentrarse en una cabina y salir de ella transformada en vete a saber qué. Aunque la verdad es que más que una heroína Amelia últimamente era más una “José Luis López Vázquez” atrapada y sin salida posible. Definitivamente, a día de hoy, sentía lástima por ella. Y, lo que son las cosas, pensando que te pensarás en cabinas telefónicas recordó que hacía días que no sabía nada de su hermana Raquel así que decidió poner remedio si se podía porque su hermana era una mujer muy ocupada dada su profesión y, sobretodo, dado el éxito laboral que tenía. Ella se alegraba mucho por ello claro, pero por otro lado le gustaría que Raquel tuviera más tiempo para compartir. Pese a todo, siempre habían estado muy unidas y siempre podían contar la una con la otra cuando la vida les jugaba algún que otro revés. De repente, no sabía muy bien porqué, le vino Adrián a la cabeza. Raquel había llorado por ese hombre que no lo merecía en absoluto a moco tendido durante largas y largas semanas y ella siempre había estado allí. Y cuando a ella le diagnosticaron un cáncer de mama dos años atrás, a dios gracias superado ya, a Raquel le faltó tiempo pese a la enorme cantidad de dinero perdido que eso le supuso de dejarlo todo, ceder todos sus casos a compañeros de la profesión y estar con ella día tras día acompañándola a las revisiones, a las duras sesiones de quimioterapia, dándole su apoyo moral cuando lo necesitó que fueron muchas veces. Alguna que otra vez, solo por la curiosidad de verla, había asistido a alguna vista no dando crédito a lo que veía. Su hermana cobraba una metamorfosis total en una sala de juicios y es que viéndola allí nadie diría que luego fuera la bondad personificada. Un tono, dos tonos, tres tonos…vaya, iba a ser que hoy no tendría suerte…
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