SILVANA (I)

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SILVANA (I)

 

     Silvana despertó con los primeros rayos de Sol, que se filtraban a través de la ventana. Se desperezó. Se sentía a gusto entre las sábanas. Se acurrucó y, como todas las mañanas, en ese momento, sintió el deseo de acariciar su clítoris, y de penetrarse con sus dedos. Hacía ocho años que era viuda. Sentía un fuerte deseo sexual. Y ni un día había dejado de masturbarse antes de salir de la cama.

    Después de que el placer hubiera inundado su cuerpo, salió de la cama. Se quitó el pijama, y miró su cuerpo desnudo reflejado en el espejo. Tenía setenta años, y su cuerpo conservaba la elegancia de la juventud, aunque su rostro presentaba las arrugas propias de la edad, y su carne estuviera fláccida. Se miraba todas las mañana en el espejo y se gustaba.

     Se puso un Salto de Cama transparente - le gustaba sentirse sexi y provocadora, aunque estuviera sola en casa – y se dirigió hacia el cuarto de baño. Al acercarse, vio que estaba encendida la luz. Pensó que sería su sobrino, que la noche anterior se había quedado a dormir en su casa. En ese momento, no recordó que había traído un amigo, para pasar el fin de semana, y que también se había quedado a dormir allí.

    Cerca de la puerta, se detuvo. Dentro no se escuchaba ningún tipo de ruido ni se apreciaba ningún signo de actividad. Pensó que su sobrino habría olvidado apagar la luz y entró. El corazón le dio un vuelco y todo un mundo de sensaciones ya olvidadas recorrió su cuerpo, de arriba abajo, concentrándose en su coño. El amigo de su sobrino estaba frente al espejo, peinándose, desnudo, con el pene erecto. Silvana fijó la mirada el grosor de aquel miembro y le faltó la respiración. Miró espantada a aquel joven, que tenía frente a sí. Éste le sonrió con una sonrisa envolvente y acariciadora. En un débil balbuceo, Silvana, intentó disculparse: “lo siento”. E hizo ademán de salir del cuarto de baño. “Ya he terminado”, le indicó el joven, que pasando por delante de ella, casi rozándola, salió del baño.

     Silvana, tardo unos instantes en reaccionar. Estaba paralizada. Dio unos breves pasos. Se detuvo. Después avanzó hacia la ducha. Se quitó el salto de cama, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente envolviera su cuerpo. Con la esponja acariciaba su piel, mientras venía a su imaginación el grueso pene erecto de aquel muchacho. La excitación iba en aumento por momentos. Se conocía y sabía que no iba a poder contenerse. Colocó la esponja entre sus muslos, presionó con ella su coño, comenzó a masajear su clítoris, no podía contener los gemidos de placer. Iba a correrse, cuando vio entrar, y colocarse delante de ella, al joven, con su grueso pene erecto . Lo miró espantada. Él le sonrió. Ella se sintió mareada. Él la rodeó con sus brazos, y ella sintió la presión de su pene. Lo miró con una mirada suplicante. “Juntos es más bonito”, le dijo él y, levantándole la pierna izquierda, la penetró, apoderándose de ella, de sus sentidos y de su voluntad. Sus gemidos se transformaron en gritos de placer. ¡Cuánto tiempo sin sentir un pene dentro de ella, moviéndose de esa manera! Tuvo tres orgasmos antes de que él se corriera . Quedó abandonada a sus brazos. Él la sostuvo, hasta que ella pudo reponerse, y sostenerse de pie por sí sola.

     Lo miró largamente a los ojos, con expresión de angustia. “¿Por qué me has hecho esto?”, le preguntó. Él acarició su cabello, la besó en la frente: “Me lo estabas pidiendo a gritos”, le contestó. Ella lanzó un gemido, se separó de su cuerpo, y salió del baño. Recorrió, desnuda, la distancia que la separaba de su habitación.

     Él recogió del suelo el Salto de Cama, y se lo llevó a su habitación


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