¿Mi ocaso heterosexual?

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Somos un matrimonio normal. Ya entrados en los cuarenta y tantos. Ella es blanca y tiene los ojos entre azules y verdes. Bien conservada y siempre elegante. Yo el tipo más común, como diría mi perfil en los sitios de contactos casuales: promedio de promedios, moreno, de 1.65 con un kilos de más.

Lo que me llamó la atención en los últimos meses fue la rápida disminución de mi apetito sexual. Se lo atribuía al estrés de la jubilación cada vez más próxima. Una sensación de tedio y de frustración me invadían. Ella en cambio, parecía que resurgía con renovado ímpetu.

La estaba viendo. No era una chiquilla, pero mi erección fue instantánea cuando la vi en ropa interior. Sin embargo no era como siempre, mi excitación se debía a que estaba parada frente  a la ventana sin que aparentemente se hubiese percatado de ello. La sola posibilidad de que la estuviera viendo alguien, me aceleraba el pulso.

Hacía tiempo que yo asistía a ese viejo cine de películas porno que era frecuentado por un 99% de hombres que asistían para buscar y encontrar desde una simple masturbación mutua, hasta sexo oral. En ocasiones iban parejas que les gustaba ser observados mientras cogían en una butaca completamente desnudos o ella con la falda levantada.

Yo me concentraba más en el tamaño y la forma del falo del hombre que en otra cosa. Veía y oía con envidia los gemidos de placer de la mujer mientras me masturbaba con inusitado entusiasmo frente a ellos. Me imaginaba que ella era yo siendo penetrado de esa manera.

Después, no tardaba mucho en encontrar a alguien que me dejara satisfacer el deseo de tener en mi boca un pene duro y caliente. Cuando me penetraban, al principio sentía que me partía en dos, pero después cuando me relajaba un poco, no quería que terminara tan rápido. Deseaba que no se fuera y continuara ahí lo más que pudiera. Llegué a tener a tres tipos en una tarde y en ocasiones se organizaba una orgía. Yo daba sexo oral mientras era penetrado y al mismo tiempo masturbaba a alguien con las manos. No dejaba de pensar si ese placer era del mismo tipo que sentía una mujer como mi esposa.

Antonio era un buen amigo de la familia. Podía ser mi hijo más grande o mi compañero más joven. Un tipo atlético que parecía que jamás engordaría aunque se los propusiera. Siempre muy respetuoso nunca me dejó pensar otra cosa hasta que noté que sus visitas eran más frecuentes e inesperadas a partir precisamente de que yo había encontrado mi nueva afición.

No tardé mucho en correlacionar la aparente tranquilidad y conformidad sexual de mi esposa con las visitas de Antonio  que se multiplicaron perfectamente sincronizadas con mis tardes de cine.

Lo pensé. Al principio me incomodó. Era un hecho que Antonio y mi esposa estaba teniendo sexo en mi cama, en mi casa. Sin embargo él nunca alardeo y me siguió tratando con respeto y deferencia. Mi esposa tenía una actitud de comprensión y al mismo tiempo de completo hermetismo. Era como si los tres supiéramos abiertamente de nuestras vida sexual clandestina, pero tuviéramos un pacto sagrado y secreto.

Yo aumenté mis visitas casi a diario al cine. Saber que a mi esposa no le faltaba nada en ese sentido, me daban la libertad de disfrutar abiertamente mi fetichismo homosexual. Mi atracción por los hombres se reducía absolutamente a ese plano. Nunca me imaginaba enamorado ni nada cercano por nadie por atractivo que estuviese.

Saliendo del cine, en cierto modo despreciaba a aquellos que ostentaban su homosexualidad. Asistir ahí, era como satisfacer un deseo obscuro, oculto y ya. Incluso me encantaba la idea de usar ropa femenina pero solo para ese momento.

Una noche llegue exhausto después de haber probado tres tipos distintos de semen. Estaba Antonio.  Haciéndose el muy sorprendido, me preguntó que como me había ido en el trabajo. Noté que el cabello de mi esposa, normalmente inmaculado, estaba ligeramente alborotado.  La camisa de él, no estaba perfectamente en su lugar y cuando pisé una gota de semen en la cocina, comprendí que casi los pillaba en plena acción…

Continuará....


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