EN SU PAPEL-PARTE 23

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Una vez se despidieron Amelia se dirigió a la boca de metro pensando en cómo reaccionaría Samuel cuando se descubriera su secreto y pensando en cómo lo tendría que estar pasando Raquel en estos momentos. ¿Voluntarios para ponerse en su papel?

Llegó el día y la cena transcurrió sin sobresaltos. Bueno, hasta que llego el momento cumbre. El momento en el que Amelia debía dejar sus miedos encerrados a cal y canto y enfrentarse con Samuel. Pidió a Maite que en un momento dado y con cualquier excusa la dejaran sola con él para quitarse la máscara.

¿Estás segura? ¿No prefieres que estemos ahí contigo arrimando el hombro?-le había dicho Maite camino de la mesa que habían reservado. Te lo agradezco Maite, pero no. A este león debo enfrentarme yo sola. Muy bien, como quieras. A ver como consigo que César nos acompañe… Seguro que a tu hermana se le ocurrirá algo. No sé qué decirte. Desde luego tiene mucha más imaginación que yo, pero estos días está muy rara. Algo pasa. ¿Y no le has preguntado? No me he atrevido. Mira, mi hermana es de esas personas que mejor dejarlas que sean ellas que vomiten. Por lo que pueda pasar, ya sabes… Sí, pero si no funciona, a veces hay que convencer a las personas para que se pongan el índice y el pulgar en la boca. Ya sabes… Eso con Raquel no surte efecto. Anda, vamos a sentarnos.

Dieron por acabada la conversación y se sumergieron en una charla superflua con sus amistades. Samuel contó lo feliz y al mismo tiempo nervioso que estaba por volver a reincorporarse al mundo laboral y todos le desearon lo mejor, basándose toda la cena básicamente en esa noticia. Hubo otros, como lo complicado que le había resultado a Sandra conseguir una canguro que no fastidiara en exceso sus creencias económicas o la defunción (ahora ya sí) del coche de Amelia. César le dijo primero a Sandra que para qué tenían un padre esos niños y después miró a Amelia y le dijo que al vehículo le había pasado lo mejor que podía pasarle.

Y, con esas, llegó el momento. Samuel, ajeno a lo que se estaba maquinando, conversaba tan tranquilo con César.

Bien, llegó la hora, suerte Amelia-le dijo Maite a su amiga en un susurro. Si me disculpáis, tengo que ir al baño un momento, ¿me acompañáis chicas? Yo prefiero quedarme si no os molesta. No claro, ¿y vosotras? Sí, nosotras sí venimos-dijeron Raquel y Sandra.

Cuando iban camino al servicio de mujeres Maite cambió de rumbo y se dirigió a uno de los camareros con el fin de pedirle un favor.

Señora, lo que me está pidiendo no está bien. ¿Y ahora?-le preguntó Maite posando sobre la palma de la mano del camarero un billete de cinco euros.

Y, una vez solucionado el escollo se dirigieron, no a los baños, sino al exterior del restaurante para saciar sus ansias de nicotina y abrir debate sobre lo que en estos momentos sucedía en el interior.

El camarero se dirigió a la mesa donde se encontraban sentados saboreando los postres Samuel, Amelia y César dándole una nota a este último. La leyó y se excusó con sus compañeros de mesa diciéndoles que debía ausentarse unos minutos. ¿Qué decía la nota? ¿Importaba mucho?

Aprovechando que nos hemos quedado a solas Samuel, tengo que decirte algo muy importante. ¿A mí? Tú dirás, soy todo oídos. No sé por dónde empezar, la verdad, no es fácil. Bien, como suele decirse en estos casos, ¿qué tal por el principio? Mira, ya te adelanto que el motivo por el cual esto es complicado es porque estoy segura de que vas a enojarte. Es más, a enfadarte y a no volver a dirigirme la palabra nunca más. Ostras Marta, me estás asustando.

Decidió ir al grano, soltarlo a bocajarro. Total, no tenía nada que perder. ¿O sí?

No Samuel, Marta no. Mi nombre es Amelia ¿Perdón? Que me llamo Amelia.

Poco a poco le fue contando toda la historia, a qué se dedicaba, los motivos por los cuales no le había dicho hasta el momento quién era. Él la escuchaba atentamente sin abrir boca.

¿No dices nada? ¿Qué se supone que debo decir Amelia? Esto es increíble de verdad. Si no te importa, discúlpame con los demás, después de esto ya no estoy de humor para seguir de fiesta. Será mejor que me marche a casa. Por cierto, debo intuir entonces que lo del restaurante es obra tuya, ¿no? Bien, entonces les llamaré y renunciaré al puesto. No necesito tu limosna. Ni la tuya ni la de nadie.

Y después de acabar de decir estas palabras, se levantó y se marchó del restaurante. En la puerta se encontró a las chicas a las cuales lanzó una mirada fulminante antes de dirigirse al coche y regresar, como anunció a Amelia, a su casa. Ni siquiera avisó a su amigo, necesitaba estar a solas para digerir lo que hacía un rato había sucedido. Ahora entendía porque cuando la conoció estudiaba y prestaba tanta atención a las personas de su alrededor, las estaba analizando. Era una especie de espía y él había caído en sus redes. El problema estaba en que había caído en unas mucho más profundas. ¿Querría alguien ponerse en su papel?

César llegó a la mesa y no encontró a nadie. Se extrañó y al verle el camarero se le acercó y le informó que su amigo recién se había marchado y que las señoritas se encontraban fuera. Decidió abonar la cuenta tanto de ellas como la suya propia y salir en su busca. Allí había pasado algo, lo presentía. Más cuando lo hicieron levantar de su asiento sin mediar motivo alguno. En efecto, al salir todo eran caras de circunstancias.


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