¿Mi ocaso heterosexual II?

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Por primera vez los vi nerviosos. Se habían arriesgado demasiado. Me los imaginé despidiéndose pero sin poderse resistir a hacerlo una última vez en la cocina. Solo se levantó la falda y él penetró su húmeda vagina mientras ella se recargaba en el fregadero. Él estaba a punto de terminar cuando oyeron mi carro llegar. Ella apenas pudo levantar sus bragas del el suelo y él, escupiendo semen de manera incontrolable, se levantaba el pantalón al mismo tiempo. Yo giraba la llave mientras a ella no le alcanzaba el tiempo ni para verse un segundo al espejo. Él logró estar de un salto en la salita aparentando que ya estaba a punto de irse.

Me sonreí y sin más, cuando él salía apresurado, le grité: “se te olvida algo”, se puso lívido y me vio con cara de angustia. Le alcancé su celular que había dejado junto a los trastes lavados. Mi esposa ya había trapeado cualquier evidencia de líquido seminal y su cabello lucía como siempre. Solo alcancé a ver antes de que subiera apresurada, un hilillo de humedad que corría por su entrepierna. Solo me relamí los labios.

Viendo la televisión, no podía dejar de imaginarme el tremendo bulto de Antonio mientras me daba la mano despidiéndose. Me lo imaginé todavía palpitando y emanando las últimas gotas de leche caliente.

Mi esposa se había bañado y tenía una bata. Tomaba un poco de té mientras veíamos una película en donde la protagonista tiene una aventura con un joven vendedor de libros. Su esposo era Richard Gear. Yo instintivamente metí mi mano debajo de su bata. Ella se dejó hacer. Dejó la taza mientras cerraba los ojos. Olía a fresco y empecé a lamer su entrepierna por donde había visto que corría ese hilillo de humedad que Antonio le había dejado.  Llegué apresuradamente a sus labios. Era como si quisiera encontrar algún rastro de olor o de cualquier cosa del tremendo miembro de Antonio. Mi esposa me veía sorprendida y no comprendía ese anhelo que no había manifestado antes. Cuando tuve su clítoris en mis labios, imaginaba como el pene de Antonio había rozado una y otra vez ese pedacito de carne. Lo chupé, lo lamí con ternura y con pasión. Hundí mi lengua lo más que pude con la esperanza de encontrar algo que hubiesen dejado ahí, en el lugar más íntimo de ella.

Solo volví a la realidad cuando oí que en un largo y profundo gemido, ella terminaba en un orgasmo magnífico. Al final me dijo suplicante: “métemelo”. Yo me preparé mecánicamente y de un golpe quedé completamente desnudo. Ella abrió las piernas tanto como pudo con una arriba del respaldo del sillón y la otra sobre la mesita de centro. La penetré sintiendo que en ese momento podía haberme metido todo dentro de ella. Me concentré más en hacerlo como imaginaba que Antonio la poseía. Ella pareció entonces terminar ese orgasmo en la cocina que yo involuntariamente había interrumpido.

En ese momento de máxima voluptuosidad, al mismo tiempo que yo también terminaba dentro de ella, le susurré al oído: “¿Así te coge él?”, ella no pudo dejar de mezclar un siiiiii, con un haaaa, con un máaaaassss…..

Los dos terminamos. Ella pretendiendo que lo último no había sido preguntado ni contestado, se paró y dijo: “me voy a enjuagar”. Yo seguí masturbándome mientras oía correr el agua en el baño de arriba. Me imaginaba el miembro de Antonio saliendo y entrando en mi boca.

Cuando estábamos ya listos para dormir, sin más le dije: “estaría bien invitar a Antonio a cenar”, él nos ha hecho muchos favores y nunca le hemos correspondido. Ella se volteó y solo dijo un ajá condescendiente aparentando la mayor indiferencia.

Esa noche soñé las mil posiciones en las que Antonio poseía a mi esposa. La manera en que ella se lo chupaba frenéticamente como nunca quiso hacerlo conmigo. Y al final, como Antonio me penetraba mientras yo hacía lo mismo a mi esposa.

De pronto me despertó mientras yo seguía jadeando. Me preguntó, “¿estabas tratando de gritar algo? ¿No te entendía? ¿Era una pesadilla?”… Sudando todavía, solo le dije, creo que sí y me volví a quedar dormido.


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