Cuando llegue mayo (III)
Por Manuel Olivera Gómez
Enviado el 12/04/2016, clasificado en Cuentos
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CUANDO LLEGUE MAYO
(III)
-¿Y luego? ¿Qué pasó luego? –le pregunté muy interesado en aquella historia tan sórdida.
-Luego el cura se fue. No sé si por miedo a que todo se descubriera, o porque odiaba el Comunismo. Era esa la época en que empezó a irse todo el mundo. Creo que fue en el año sesenta o en el sesenta y uno. También mis tías hicieron las maletas en esa fecha.
-¿Y tú por qué no te fuiste con ellas?
Concha calló. Se sirvió un trago de ron, lo vació en su garganta, y como si fuera este el combustible que le faltaba para continuar, volvió a hablar de inmediato:
-Nunca quise irme. No quiero que te rías, pero en ese tiempo, comencé a creer en los cambios que estaba viviendo el país. Quería ser parte de eso. Y además, estaba el cura. Tenía miedo de volver a encontrármelo allá en los Estados Unidos. ¡Qué cosa! ¡Como si Miami fuera un pueblo de campo que a diario uno ve a todo el mundo! Mis tías me habían incluido a mí en ese viaje, pero un mes antes vine para La Habana con un muchacho de allá que me había propuesto matrimonio. Era feísimo, pero hablaba bonito. Fue él quien me metió aquellas ideas comunistas en la cabeza. Me convenció con su labia. Nos colamos en una de esas casas que se iban vaciando con la gente que se iba. Entonces no era como ahora. Había mucho desorden y no sacaban a nadie que violentara un inmueble vacío. Además, aquello no era gran cosa. Era un apartamento chiquito por ahí por Radio Progreso. Cinco años estuve con él, y fue bastante. En el fondo, aquel hombre era un infeliz. Mucho vocabulario bonito, pero pocas agallas para enfrentarse a la vida. Terminó alcoholizado, ahogando en la bebida todas sus frustraciones. Todavía puede vérsele algunas tardes tomando ron barato en un barcito que hace esquina en las calles Infanta y Vapor. Lo abandoné por Oscar, el padre de mis hijos. ¡Pobre hombre! ¡Si vieras las escenas que me hizo para que no lo dejara! Hoy en día lo ha perdido todo. Hasta el apartamento. Una sobrina suya, putísima por cierto, se mudó un día a su casa, y comenzó a parir muchachos. Con la ayuda de un abogado, consiguió poner la propiedad a su nombre.
-¡Pero qué tonto!
-Pues sí. La vida es así de injusta. Unos nacen para chucho, y otros nacen para culo. A él le tocó ser un gran culo.
-¿Y tú para qué naciste? ¿Para chucho? –le pregunté lanzándome sobre ella y mordiéndole los pechos para iniciar otros minutos de sexo.
-¡Qué va! ¡Yo soy un culito! ¡Un culito chiquito! –rió escandalosamente, y separó las piernas para que me fuera más fácil quitarle el blúmer.
Una noche, mientras ella veía la telenovela de turno, y yo, acodado sobre la mesa de la cocina, trataba de empezar a escribir un guión que me habían encargado en la radio, su suegra -que contrariamente a todas las personas de su edad, odiaba las telenovelas- vino a sentarse en la silla más próxima a mí. Mirándome con curiosidad, preguntó:
-¿Qué hace?
-Escribo –le respondí.
-¿Sobre qué?
-Sobre usted, sobre Concha, sobre mi…
-¿Ah sí? ¿Y eso para qué?
-Arte –le dije-. Debe saber que así como la comida alimenta el cuerpo, el arte alimenta el alma. ¿No cree?
-¡Arte! –exclamó ella burlona-. Ya lo decía mi abuelito. El sí que era sabio y sabía de arte. Cuando el diablo no tiene nada que hacer, abre el culo y caza moscas.
-¿Cree que soy el diablo?
-Cara tiene. ¡Ojalá mi niño no llegue a verlo!
-Abuela –dejé la pluma a un lado, y la miré a sus ojos marchitos-, ¿usted nunca va a ser mi amiga?
-¡Amiga suya! –se insultó la anciana-. ¡En esta casa no hay papel ni para una limpiarse el culo, y usted gastándolos en escribir porquerías! ¿Cuándo va a irse de aquí?
En ese momento, el hijo mayor de Concha entró a la cocina a tomar agua, y la anciana desvió hacia él su ataque.
-El chiquito no, pero tú sí que saliste afeminado. ¡Te sacas las cejas! ¡Maricón! –le gritó la anciana.
-¡Cállate, vieja loca! –le respondió el muchacho.
-¡Está bueno ya, carajo! –vino rápidamente Concha desde la sala-. ¡Ni la novela puede ver una con tranquilidad en esta casa! ¡Cómo que me llamo Concha que ese puñetero asilo lo consigo yo antes de que termine el año!
Independientemente de que las cejas sacadas y las piernas rasuradas se estaban poniendo cada vez más de moda entre la población masculina adolescente, esta vez la anciana tenía razón. Oscarito, el hijo mayor de Concha, era en verdad homosexual.
El chico no llegaba aún a los veinte años. Pero hacía más de cinco que se acostaba con hombres. Como tapadera, usó todo el tiempo que pudo a una novia sumamente ingenua, hasta que en un arranque de valentía, o atormentado tal vez por el remordimiento, decidió ponerle fin a aquel falso romance La chica, ignorando el verdadero motivo por el cuál Oscarito rompía con ella, lo persiguió por algunas semanas, hasta que finalmente terminó conformándose.
-¡Quién lo iba a decir! –me dijo Concha dos días después de haberme mudado con ella-. ¡Con ese cuerpo y esa cara tan linda que tiene! ¡Es la viva estampa de su padre! Pero si decidió vivir esa vida, yo en eso no me meto. Lo único que le advierto siempre es que se cuide mucho, que la calle está muy mala para estar acostándose con cualquiera. ¡Si al menos tuviera una gente fija! ¿Sabes que una vez tuvo por amante a un dirigente del gobierno? Ese fue el que le compró la cadena de oro con la medalla de la virgen de la Caridad que siempre lleva en el cuello. ¡Había que ver los regalos que le daba! ¡Y la clase de comida que nos mandaba! Atún, cervezas de latica, manzanas, y cuánta cosa rica y cara se le ocurría.
-¿Y por qué no siguieron juntos? –me atreví a preguntarle.
-Porque era un hombre casado. Y con dos hijos. Para verse eran siempre bien discretos, pero como dice el dicho, siempre hay un ojo que te ve. Alguien los descubrió, y enseguida le fue con el chisme a su mujer. Ella lo amenazó con desprestigiarlo delante del Partido si no dejaba atrás esa aventura. Y hasta ahí llegó todo. El mes pasado nos enteramos que lo habían enviado a Europa con toda la familia. Iba a ser el nuevo embajador de no sé que país. Desde entonces Oscarito está distinto. Y eso me preocupa. A pesar de que se lo prohíbo, me ha traído aquí a la casa a varios extranjeros, y siempre anda con mucho dinero en los bolsillos. ¡Creo que es “pinguero”! El corazón de una madre nunca se equivoca, y sé bien que anda en malos pasos. Es verdad que siempre me ayuda con la economía de la casa, pero tengo miedo de que en cualquier momento la policía me lo meta preso por prostituto…
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