¿Mi ocaso heterosexual III?

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Llegó puntual y muy casual pero al mismo tiempo elegante y pulcro. Traía un ramo de rosas rojas y una botella de vino tinto. Ella tenía un vestido muy  fresco por la temporada de calor y daba la sensación visual de que era lo único que traía puesto. Se notaban sus exquisitas nalgas y sus pezones erectos. Platicamos de todo y cuando habíamos consumido la segunda botella de vino estábamos realmente eufóricos y reíamos sin parar.

El tema se debió a los cornudos, a la infidelidad y al ambiente swinger. Yo cada vez era más directo. Ellos se veían medio sorprendidos cuando hacía afirmaciones como: “creo en la fidelidad, pero no en la exclusividad” o “una mujer tiene tanto derecho a tener diversidad sexual como un hombre” ; “los swinger son las personas más auténticas que se puede conocer”.

De pronto se hizo ese silencio incomodo cuando aparentemente se han acabo las ideas. Antonio, poniéndose en actitud de extrema reflexión, estaba formulando cuidadosamente la pregunta: “mmmhh, entonces tú, ¿no te molestarías que Rosa, pues….no se”…..Se veían a los ojos y parecía que ella dudaba en dar luz verde para que él terminara de preguntar…él continuó: “de pronto pensara en tener un relación sexual con otra persona?”…Yo me paré sin contestar y fui a la cocina por una tercera botella. Desde ahí gritando contesté: “Eso me haría el hombre más feliz del mundo”.

Deliberadamente tardé en abrir la botella mientras observaba por el reflejo en una vitrina.,Parecía que discutían en voz baja. Él le susurraba algo al oído y vi como metió su mano debajo de la falda de mi esposa. Ella cerró los ojos y se besaron profundamente. Yo me empecé a masturbar por encima del pantalón. Entonces exclamé “¡listo!” antes de regresar. Él solo se apartó sin prisa y sin quitarle la mirada de los ojos.  Llegué y ella se disculpó para ir un momento al baño. Serví las copas y le pregunté “¿no es bella mi esposa?”.  “Me parece que eres un hombre con mucha suerte, tu mujer es preciosa”.  Yo sin bajar la mirada, le solté “¿te gusta como hace el amor?”. Él sin titubear me desafió: “jamás podría hablar de eso. Lo único que sé, es que ella es una dama”.

Yo reaccioné y le dije  firmemente. “Creo en todo lo que he dicho y no hay mayor felicidad para mí que saber que ella es feliz”. Ella regresó y preguntó, “¿de qué discuten?”. “Nada, solo le decía a Antonio si serías capaz de bailar con los dos al mismo tiempo”.

¿Pero cómo crees? ¿Cuál? Me paré y puse una melodía muy antigua “a la luz de la luna”. Vamos a probar si se puede. Ella lo tomó al principio como una broma o un juego. Entonces la tomé y le pedí a Antonio que se pusiera atrás de ella y tratara de seguirnos el paso. Les dije que eso ameritaba apagar la luz y dejar solo la de la cocina para no tropezar. Ellos se veían azorados pero al mismo tiempo presintiendo lo que podía ocurrir.

Nos acoplamos perfectamente. Él la tomaba por el talle y yo la empujaba para que los tres formáramos un emparedado perfecto. Sentí como ella pego sus nalgas al vientre de él y como él se empezó a concentrar más en frotarla por atrás que en el baile. Yo tuve una erección que le dejé sentir seguramente al mismo tiempo que sentía la de Antonio atrás. La besé y ella correspondió. Ya no bailábamos, solo estábamos en un frotis cada vez más intenso. Ella empezó a excitarse cada vez más y dejaba escapar uno que otro gemido de placer. Yo no pude resistir más y bajé mi mano hasta ponerla entre sus nalgas y el tremendísimo bulto de Antonio. Me vio por encima del hombro de ella y me guiñó un ojo. Yo correspondí y descaradamente le empecé a acariciar su inmenso miembro. Mi esposa hizo lo mismo con el mío. Yo le bajé el cierre a él y de pronto lo tuve en mis manos. Mi esposa se dio cuenta y solo exclamó “oohh” cuando sintió que el animal estaba libre.


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