En aquella época, éramos unos 10 jóvenes compañeros de trabajo en una obra; el martes de carnaval por la tarde, nos dieron unas horas libres, con lo que decidimos salir a divertirnos por la ciudad. Jaime bebió más de la cuenta y se emborrachó tanto, que no podía salir del banco en donde estaba tumbado. Todos en un momento u otro se fueron marchando, incluido el que parecía ser su mejor amigo. Con Jaime, solo me quedé y le acompañé bastante tiempo, fui a un bar, le di algo de beber para que se recuperara y poco a poco, algo se fue recuperando, hasta que pudo caminar con dificultad, me ofrecí más de una vez, para acompañarle a su casa. Él me dijo que ya podía ir solo, por lo que cada uno, nos fuimos para nuestra casa.
Al otro día de nuevo en la obra: Jaime se deshacía en elogios hacia mí. Yo le decía, que lo que había hecho no tenía la menor importancia, que era mi deber y que no podía dejar a ningún compañero tirado en la calle, pues un día podía pasarme a mi igual (como ya me había pasado a mi, unos dos o tres años atrás, estando con otros compañeros, pues me hizo mal la bebida y ellos no me abandonaron a mi suerte). Jaime insistía y les echaba en cara a los otros, que no hicieran nada por él. Así estuvo insistiendo en lo mismo, algún día más y el qué creía ser su amigo, al oírle, mudaba de color.
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