Soy el Sr. Castratti. Soy dictador no declarado y me produce placer, tener el dominio casi absoluto de una isla en forma de plátano deforme.
Hoy es domingo. Día del Señor Inexistente. Debería ponerme ante las cámaras para verbalizar un deslenguado largo discurso patriótico de carácter reformista, pero me da pereza. Para eso tenemos a Merkol y Hollandí que lo están haciendo de maravilla. He decidido guardar saliva para mi dedo pulgar y poder girar las páginas del periódico nacional y centrarme en la sección de necrológicas internacionales titulada: ¿Quien ha muerto? Me da orgasmo mirarlas. Tantas cruces negras, gordas y firmes. No sé si realmente creerme que toda esa gente sea católica de verdad. Observo si aparece mi nombre. Uno puede sorprenderse de encontrarse dado por muerto y por si acaso lo chequeo. Hay que ser un precavido con mala leche. He tenido suerte y voy ganando otra vez ¡Estoy vivo!. Últimamente estoy disfrutando de lo lindo con las pérdidas humanas que van apareciendo en semanal.
Me alegra decir que en el campo político, ya tengo un competidor que me caía mal, criando gusanillos de estiércol: Emanuel Frago. Una vez que lo visité intentó capitalizar mis ideas y le dije en tono muy serio que no tenía suficiente capital para hacerlo. Parece que no comprendió mi ironía de cuna inglesa victoriana. Los galligos del norte de Espuña son lentos de reflejos.
Esta semana también Toní Topías ha decidido desmaterializarse. Era un hombre que pintaba ideas conceptuales líquidas e incrustaba materia banal en el lienzo paraviento. Puedo decir con orgullo y ostento que poseíamos una conexión común. Un fin único que era el poder de la meditación y el de creer en nuestras ideas, aunque nadie las entiendera, con la finalidad por encima de todo de llevarlas a cabo, en su total plenitud.
Hoy en la mañana cuando me he despertado y he puesto la radio he tenido un sobresalto, casi tengo un desencaje de fémur porqué ha empezado a sonar un cántico nacional yanqui o yonqui, en esa circunstancia daba igual, porqué lo cantaba la colocadísima Pitni Iustón. El negro de la esquela del noticiario le combinaba bien.
Hay un fallecimiento que me ha emocionado. Lo reconozco. He llorado de emoción: la última superviviente de la Primera Guerra Mundial, una camarera. Una mujer entregada al deber; a la obligación de servir al soldado valiente. Ojalá hubiera podido contratarla, pero teniendo esas malditas jodidas y repulsivas leyes capitalistas, destructivas del pensar austero y comunista; me lo han impedido. Tengo que admitir que me hubiera gustado que me sirviera un ron de media mañana y que me encendiera mi puro de tarde.
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