SUEÑOS

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“Anoche soñé que soñaba”. Era una noche de estío muy calurosa, la humedad la hacía insoportable, pero el cansancio me hizo caer en brazos de MORFEO. No soy persona asidua a los sueños, ni me preocupa ni me altera lo onírico. Soy un ser tranquilo, sosegado, pero he de reconocer que no soy indemne a los sueños. El padre del psicoanálisis, Segismundo Freud, en sus estudios neurológicos distingue entre subconsciente y lo consciente, y expone que los sueños son deseos del propio sujeto, que se esconden en el subconsciente, y para poder ver los sueños han de pasar a la zona consciente, que es donde se realizan los sueños. También expuso que todo sueño es interpretable, que tiene un sentido, pero dicha interpretación no recae sobre el sueño en conjunto, sino sobre sus partes, donde cada cosa soñada, cada imagen o representación, tiene un significado, e incluso el porqué de su olvido. Hoy en día hay muchos estudios sobre los sueños y se estaría debatiendo eternamente. Algunas exponen que todo ser sueña, y aunque no recordemos el sueño, soñamos cada noche. Este se produce en nuestro subconsciente, en espacio, o en un tiempo, donde la memoria no tiene alcance para recordarlo. Ese espacio de tiempo que existe entre un sueño y su despertar, es fundamental para recordar, o no, esa ilusión onírica, pero si soñamos y no nos despertamos, nos cuesta recordar dicho sueño, sin embargo, si nos despertamos en pleno sueño, lo recordaremos con suma facilidad. Al margen de teorías, yo pienso, y creo, que el sueño es algo inherente que portamos al nacer, es algo que todo ser lleva consigo, algo sumamente indeleble que nos caracteriza como persona.

Esa noche calurosa de verano soñé que caminaba por un desierto de arena roja, deambulaba cansino, zigzagueando por su arena empapado en sudor bajo un sol abrazador. Anduve, no sé cuánto tiempo, por su árida superficie, y divisé, a lo lejos, un grupo de aves que revoloteaban en círculo, cuando llegué a su altura comprobé que eran buitres, y me percaté de que en tierra había otro grupo de buitres dando cuenta de una carroña. Me acerqué a ellos. Me di cuenta que a quién destripaban las aves era a mí, mi cuerpo yacía muerto sobre el desierto siendo pasto de los buitres. Salí corriendo, a trompicones, de aquel lugar tan siniestro sin mirar atrás, quería correr, pero mi cansancio, mi flaqueza, me impedía hacerlo. Al cabo de un tiempo divisé unas pirámides poniendo mis ojos sobre la gran ESFINGE DE GUIZA, esa que su cabeza representa al faraón KEFREN, con cuerpo y forma de león. Entré en la esfinge. Sorteé pasillos estrechos, sinuosos, hasta llegar a una gran cámara muy suntuosa llena de grandes riquezas. Al fondo de aquella sala había gente en un silencio abrumador. Me acerqué a ellos. En un trono de oro estaba sentado AKHENATON, también conocido como el faraón AMENHOTEP, con sus brazos cruzados sobre su pecho portando el CETRO NEJEJ en su mano derecha, y el CETRO HEKA en su mano izquierda. Me miraba fijamente. A su lado, también en trono de oro, NEFRERTITIS, su esposa, mujer de una belleza incomparable, la gran reina del Antiguo Egipto, referente en todas las dinastías egipcias. La miré con descaro. Contemplé su rostro fijándome en su cráneo ovalado, y recordé que en mi mundo su representación concordaba con mi visión, pero me preguntaba por qué su cráneo es alargado, si la raza humana no lo tiene de esa forma, y comprendí la razón de que todos los bustos encontrados de NEFRERTITIS tienen la misma forma. El faraón extendió su brazo derecho y me señaló con el NEJEJ. ”Y después soñé, ¡bendita ilusión!, que despertaba. Me desperté cansado, me senté en la cama con las piernas algo abiertas, encogidas, con los brazos apoyados en sus rodillas, pero recordaba aquel extraño sueño y embocé una leve, pero grata sonrisa. Volví a dejar mi torso sobre la cama y vi el NEJEJ apuntándome entre mis ojos y mi sonrisa se esfumó. Comprendí que quería, que le contara, que le interpretara mi sueño, porque al faraón le gustaba saber de los sueños y su significado. Por un momento creí convertirme en analista de sueños, y vino a mi memoria el nombre de un israelí llamado JOSE, hijo de JACOB, el preferido de su padre antes que sus once hermanos, odiado y vendido a unos mercaderes por sus propios hermanos, pero el destino hizo que se anclara en Egipto y se convirtiera en un personaje muy influyente gracias a la interpretación que hizo del sueño del Faraón. Según JOSE, Egipto viviría siete años de abundantes cosechas y otros siete de escasez y de sequía. Gracias al israelí, los egipcios supieron administrar los recursos y no pasaron penurias. Yo, despierto, miraba al Cetro y le dije al Faraón: ese desierto árido, ardiente, es nuestra vida, esa que debemos recorrer mientras estemos en este mundo, se nos hace pesada, larga, o efímera, pero nunca llegamos a comprenderla. Los buitres son las piedras de nuestra vida, los obstáculos que vamos sorteando en nuestro caminar. Los que comen carroña son las piedras del camino que nos rompen el alma, esas que dinamitan nuestros sentimientos, esas que nos hunde en la aflicción, en la desesperación…Los buitres que vuelan son las piedras que hemos apartado del camino y nos jactamos por ello. El pasadizo estrecho y sinuoso hasta llegar al Faraón, es nuestro destino; ANHECATON representa al Dios que nos ha de juzgar al final de nuestra vida. Embocé una grata sonrisa cerrando los ojos. Me dormí. Soñé que AMENHOPTEP me llevó a la ciudad de los muertos. Era un siniestro lugar donde yacían los muertos entre lienzos, vendas y productos químicos, todo lo necesario para su embalsamiento, y junto a ellos objetos y viandas que los no vivientes llevarían consigo en su viaje a la otra vida. Era un lugar macabro, oscuro, donde el KA de cada cuerpo pululaba por el aire de aquella ciudad. Después me llevó al inframundo, donde las almas muertas purgan sus errores mundanos, donde vive la maldad en su grado más extremo.

Como un autómata me levanté y me incorporé en el lecho. Estaba asustado, horrorizado, con los ojos abiertos, empapado en sudor y con el corazón palpitando como nunca lo había hecho hasta ahora. Después de unos segundos me dejé caer sobre el lecho con la mirada esquiva en la oscuridad, y de esa guisa, tumbado supino, vino a mi memoria algo que leí hace muchos años y terminaba así:

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

Una sombra, una ficción,

Y el mayor bien es pequeño,

Que toda la vida es un sueño

Y los sueños, sueños son.

 

 

 


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