–¡Vuelve al infierno en el que anidas, demonio! Yo soy Tizitl, el que fue ungido en arcilla.
Los amarillentos ojos de la furia de agua se clavaron en los del anciano, usando el poder que le diera el lago donde halló la muerte y emergiera a la vida maldita para atraerlo a sus ponzoñas garras, pero a Tizitl le protegía la tierra y contra eso nada podía hacer. Enfurruñada como la niña que fue, con una rabiosa dentellada aseguró los despojos que otrora fueran el cuerpo de un joven estudiante y desapareció en las profundidades del lago Glauco, dejando tras de sí una mancha pardusca como único testigo de la tragedia allí ocurrida.
Tizitl había avisado al muchacho. Sólo eso, un aviso, pues la ley a cumplir por el ungido en arcilla le prohibía ir más allá. Fuerte por la tierra que lo cubriera de niño, el viejo curandero era uno más de los seres de poder que habitaban el bosque, y a ellos debía lealtad, viviendo y dejando vivir. Y al insensato que desoía sus advertencias y llegaba hasta el lago tras la leyenda de la furia de agua… el viejo Tizitl únicamente podría ofrecerle una última oración.
B.A., 2.016
Nota: este microrrelato es una continuación de "Leyenda urbana":
http://www.cortorelatos.com/relato/14880/leyenda-urbana/
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