Sábado

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Acostumbrado a la rutina de un hombre solitario que vive de sinsabores desde hace mucho tiempo, uno más del resto de los millones de millones que habitan este globo terráqueo. Me sentí agobiado al pensar que todo podría cambiar al coincidir contigo en aquel lugar en el que me hipnotizó tu belleza, tan encendida, tan feroz como un cigarrillo que sé que me mata poco a poco, pero disfruto como que fuera el ultimo, te veía mientras sonreías y admiraba tu forma de disfrutar la vida, era como si me contagiases, como una epidemia que anda y eso era más que suficiente motivo para aterrarme.

Veía tus manos llenas de otoño y sentía una curva formarse en mis labios y crujir en la hoja seca que era mi rostro desde hace tanto. ¡Qué patético!, ni siquiera sé tu nombre pero aún recuerdo  tu voz diciendo "con permiso", mientras sonreías de una manera muy inocente, con el celaje en tus ojos y sintiéndome un tanto culpable por querer en mi vida a alguien tan joven y llena de vida como tú.

Esperé el sábado como que no hubiese más cosas por hacer el fin de semana, tuve la vaga idea que otra vez vendrías a éste lugar a tomar el helado que tan fervientemente degustabas. Ya estoy aquí y vienes cerca, tengo miedo y prefiero no hablarte, puede que me veas mal y pienses que soy un viejo depravado.

Al fin, me atreví a hablarte y ahora sé que sos perfecta e increíble, tan hecha para mí. Podía imaginar pasar los últimos años de mi vida juntos, e incluso empezaba a prepararme mentalmente para cuando las viejas del barrio empezaran a hablar de vos y te crean una caza fortunas, pero eso no importa porque vos y yo sabremos que nos queremos de verdad, que nada nos va a separar, que vos sos mía y yo soy de vos por lo que me resta en éste mundo. 

Pasan las semanas y sin mayor oficio me aprendí tu rutina, tus horarios y tu tiempo libre, incluso compré un teléfono celular para poder estar en contacto con vos más seguido, pedazo de mierda que no logro entender a la perfección, me decís que oprima el botón verde para contestarte pero la verdad es que no veo un carajo. Pero todo esto lo hago por vos.

Por fin tuve el placer de que vinieras a mi casa, hiciste un espacio en tu apretada libreta solo para mí y siento como que tuviera 25 otra vez. Vos me preguntaste que son todas esas medallas colgadas en la pared y yo te conté que pelee en 3 guerras y ganamos 2, vos estabas asombrada y yo por primera vez sentí que todo ese infierno valió la pena.

La semana siguiente fue diferente. Te notaba rara, sabía que estabas atareada con el trabajo pero  parecía que huías de mí.  Caminé hacia la tienda sin siquiera haber desayunado, porque la duda de qué diablos pasaba con vos me ahuyento el sueño;  pedí ayuda a Zalim, el joven marroquí de la tienda,  para llamarte y ahí fue donde oí esas 2 malditas palabras: tenemos que hablar.

Fuimos nuevamente al centro comercial donde esta odisea comenzó y vos me contaste que te ibas del país porque tenías la oportunidad que habías esperado toda tu vida, por lo que habías luchado. Yo tragándome las lágrimas, te deseé lo mejor. Vos solo dijiste que me querías mucho y al día siguiente tomaste el avión, yo veía como en clase económica se marchaba lo único que en realidad me había hecho feliz.

La falta de tu fatal presencia me orillo a la locura, a la desesperación de encender el televisor, solo para andar de canal en canal, a no sentirle sabor a la comida y mucho menos a la vida. Y al final, no sé si podré apreciar el arte de un atardecer sin pensar en el celaje de tus ojos.

 

 "lo quiero mucho"


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