Perros de Fuego (leyenda)

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Hace ya unas décadas vivía una mujer en compañía de su única hija en la calle Pardo Bazán número seis de Sabadell. Una vivienda que durante el día no tenía nada de particular, pero que al llegar la noche resultaba imposible ignorar los múltiples ladridos que surgían del interior de uno de sus armarios empotrados.
Si los misteriosos ladridos asustaban a la mujer ya de por sí, más le asustaban los extraños dibujos que realizaba su hija; pues la niña solía dibujar unos perros envueltos en llamas.
–Los perros tienen sed –le informó una noche la cría, mientras la mujer le arropaba dulcemente en la cama.
La mujer ignoró a la cría y unas horas más tarde surgieron sin falta los misteriosos ladridos, que por vez primera cesaron casi en el acto. La mujer, irremediablemente despierta, sintió curiosidad y se levantó de la cama para averiguar el motivo de aquel cese repentino; por lo que pronto localizó a su hija frente al armario, derramando voluntariamente un gran vaso de agua en el suelo.
–¿Ves como los perros tenían sed? –le dijo la cría con suficiencia.
La mujer no fue capaz de articular palabra, tomó a la niña en brazos y la acostó de nuevo en la cama. A causa del pavor no fue capaz de esperar a la mañana siguiente para intentar contactar con su hermano a través del teléfono. Tras pedirle ayuda, él le recomendó que aceptara la visita de un amigo interesado en asuntos paranormales.
El amigo jamás llegó, pero sí acudió a la cita el hermano junto a dos improvisados ayudantes. Las presentaciones fueron las justas, pues pronto despejaron la mesa del comedor para experimentar con una tabla de ouija; dando como resultado un claro mensaje “Fuera”.
La reunión fue inmediatamente disuelta y nadie más volvió a pisar el suelo de aquella casa, excepto el hermano de la pobre mujer que se comprometió en sacar todas las posesiones de su hermana de aquella vivienda.
–¿Ya se van? –le abordó una vecina de avanzada edad, cuando el muchacho cerraba por última vez la puerta de la vivienda.
–Pues sí, señora –le contestó sin demasiadas ganas de hablar.
–No son los primeros ni serán los últimos que se marchan desde que ardió en llamas esa vivienda –añadió la anciana.
–¿Por qué dice eso, señora? –le exigió el muchacho.
–Allí vivía un anciano loco con sus dos perros. Cuando se produjo el incendio el muy tonto se escondió con ellos dentro de un armario, pensando que allí estarían a salvo –le contó la anciana de buen humor.
Tras despedirse de la anciana, el muchacho visitó la hemeroteca de la ciudad y buscó entre miles de documentos algún dato relacionado con el presunto incendio. Sólo le bastó un par de horas para tener frente a sus ojos el artículo que incluía la fotografía de la autora del funesto incendio. Nada más y nada menos que la fotografía de la anciana que le había abordado frente a la puerta de la vivienda de su hermana.


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