En el andén

Recuerdo el día que nos dijimos adios. Era un día cualquiera, quizá fuera septiembre. No lo recuerdo bien. Las fechas nunca han tenido importancia para mi. No podria detallar como era aquella mañana, total, ¿para qué? Ni siquiera veíamos el mismo cielo. No se lo que pasaba a mi alrededor. Solo me importaba el momento que compartíamos los dos. Tu tenias claro que tren tomar. Habias sacado el billete a un destino en dirección opuesta. Yo sabía que tendria que cruzar el andén y esperar otro tren diferente, el mio, el que tenía parada en mi destino.

 Hacía mucho que nos habiamos encontrado en aquella estación. Nos habiamos quedado a vivir en ella. No era nuestro hogar, pero nos sentiamos como en casa. Estabamos atrapados en nosotros mismos. Dejábamos escapar cada tren que pasaba, dilatando los minutos de espera y amortiguando la ansiedad disfrutando de nuestra presencia. Pero era la hora. Tu lo sabías. Yo lo sabía. Tu subiste al vagón de cola sin mirar atrás. Tu dijiste hasta luego y yo hasta siempre. La puerta cerró y tus ojos miran a los mios que se reflejaban en el crisral. Por unos segundos nuestros rostros se juntaro en el cristal, tu reflejo con el mio se fundieron en un beso de despedida. Nosotros, inmoviles, seguros de a donde ibamos, pero con la incertidumbre de saber para qué.

Te vi alejarte. Me quedé mirando a la distancia, hacia tu horizonte. Tardé en recomponerme, en secar las lágrimas y cruzar el andén. Una parte de mi esperaba que regresaras a pié. Pero no sería una Penélope más que espera en el andén. Crucé y tomé el siguiente tren. 

Te dije adiós pero olvidé pedirte perdón porque siempre tuviste razón.