Nunca olvidaré como mi piel se sentía frágil a su lado. Como mis ojos se llenaban de aquel líquido transparente y salado.
Sentía esa “punzada” al estar con él, que a la vez, hacía tiempo que no sentía. Mis manos tocaban el cielo cuando entrelazaban las suyas. Juramos no enamorarnos, pero… Quien dicta lo que cada uno siente? Quien está detrás de esas páginas a las que llaman Destino?
Solo sé que mis piernas tiemblan y flaquean cuando beso sus labios. Que mis pulsaciones se sitúan en 120p/s. cuando me mira y aparta el mechón de mi cara. Que mi mente le busca en sueños y no se conforma. Que cuando me rozo los labios, pienso que son los suyos quien los suaviza. Que la sonrisa de niño al ver un juguete nuevo, es la misma que se le dibuja cuando nos miramos fijamente. Aunque sepa que sus ojos en realidad están vidriosos, como los míos y que por dentro, algo se rompe cada vez que nos despedimos. Saliva que se atranca en mi garganta cuando escucho su nombre. Picores contenidos en la nariz por no dejar escapar esas cuatro lágrimas. Océanos de dudas por quererle y no tenerle. Sentimientos recíprocos. Abrazos condenados a desaparecer. Cuantas veces nos dijimos aquello de… “esta será la última vez” y cuantas lagrimas nocturnas cayeron luego en tu nombre.
Todos queremos lo que no tenemos y cuando lo tenemos, a menudo perdemos el interés.
Que hago si me arriesgo y más tarde pierdo el interés? Soy cobarde por ello? Sí, soy cobarde por no arriesgar a una sola carta. Por no tirarme a la piscina sin casco, rodilleras… O tal vez no, por querer vivir en paz. Sin remordimientos.
DVN
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