Era una noche tranquila, una noche sin luna, una noche cualquiera. Un hombre de triste semblante, entra en un tranquilo bar. Con poca luz, y música ambiental. El hombre se dirigió directamente a la barra, y se sentó allí mismo.
-Un whisky con hielo, por favor -le pidió al camarero-.
El camarero sacó el vaso, dejó caer el hielo en su interior, y lo llenó. Antes de que se pudiese llevar la botella, aquel hombre le agarró el brazo.
-Deja la botella.
-¿Un mal día? -Le preguntó el camarero-.
-Una mala vida.
El camarero dejó la botella y se retiró a atender a otros clientes. Justo a la derecha de aquel hombre triste, había otro hombre. Por su aspecto, parecía bastantes años mayor que él. Vestía un abrigo de pana, sombrero, y lucía algunas canas. También tomaba un whisky. Por un momento se dirigió al hombre triste que tenía a su izquierda
-Esa mirada… la conozco -le dijo aquel hombre- no es nueva, lleva años ahí, mucho más que esa barba descuidada, y esos pelos revueltos. Es por una mujer, ¿cierto?
-A caso no es siempre por una mujer
- si, que tontería, siempre he pensado que solo hay dos cosas que pueden hacer daño a un hombre de verdad. Las mujeres, y un buen golpe en el pie contra algún mueble
-No te falta razón.
-¿No tienes con quien hablar?
-Sí, pero sencillamente, no me apetece hablarlo.
-Ya veo, no es fácil
-Y no sirve de nada.
-Te entiendo. Mejor de lo que crees.
-¿Eso piensas aún sin conocerme de nada?
-Si no te conociera, no sabría que no bebes para olvidar, eso nunca sucede.
-¿Y por qué crees que bebo?
-Bebes para quitarte ese nudo que tortura tu garganta. Cada trago que das, es un segundo de libertad.
El hombre triste se rellenó la copa, y también llenó la del hombre que le acompañaba aquella noche.
-Tienes razón.
-Lo sé, igual que sé que la botella se terminará antes que la tristeza.
-Tendré que pedir otra.
-Si, es una solución.
-Lo es.
-¿Qué te parecería compartir tu historia con alguien a quien seguramente no vas a volver a ver en tu vida.
-¿Porqué me escucharías?
-Porque no tengo nada mejor que hacer.
Una vez más, el hombre triste se rellenó su copa.
-¿Por dónde empiezo?
-Cuéntame cómo es ella
-Perfecta, aunque piense lo contrario, ella es una luz en la oscuridad. Es distinta, es única
- Ama a otro, ¿verdad?
-No sé si ama a otro, pero, no creo que se quiera ni a si misma.
-Entonces, ¿ni siquiera se lo has dicho?
-Se lo he dicho.
-¿Y nada?
-Nada, yo no le intereso, al menos no de esa forma, ni siquiera me ha dado una respuesta clara, sencillamente no creo que le interese. Ella prefiere la compañía de hombres que la engañan y que no la valoran. Incluso sabiéndolo, le da igual.
-Por eso dices que no se quiere… no pareces una persona lanzada, algo te habrá hecho pensar que te quería, cuéntame, ¿cómo la conociste?
-Pues no lo recuerdo bien, seguramente en un bar. Por algún motivo comenzamos a hablar. Al principio solo la veía como una amiga, pero estaba convencido de que estaba loca por mí, o eso pensaba antes, en poco tiempo me acabé enamorando de ella, traté de decírselo muchas veces, pero no es lo mío.
-La vieja historia, llegaste tarde.
-Como siempre. Tal vez nunca me quiso de la misma forma que yo a ella, y, solo era una ilusión. Tal vez la alague demasiado. Fui bueno con ella, creo que odia eso. O, tal vez fui demasiado amable. Soy un hombre aburrido.
-Eres un buen hombre. Las mujeres no hacen cola por las buenas personas.
-No, siempre terminan con algún imbécil que tan solo se aprovecha de ellas y las tratan mal, pero es lo que parece que buscan.
-¿Y cambiar no es una opción?
-Lo haría si pudiera, pero no soy así.
-¿Cuánto llevas mal?
-Meses.
-La quieres de verdad… entiendo que no es la primera vez que te pasa.
-Ni será la última, por desgracia.
-Pero solo puedes olvidarla. Si es como dices, estará con cualquier imbécil antes que contigo, pues, aunque te quiera, no se permitirá ser feliz, pues no se quiere a si misma. Supongo que los hombres como nosotros estamos destinados a estar siempre solos. Seguramente, tu podrías estar con cualquier otra.
-Lo sé, tienes razón, solo puedo dejarla alejarse de mçi. Y si, tal vez podría estar con cualquier otra, pero si de verdad me conoces, sabes que no me interesa, pues aunque a veces me odie, yo si que me quiero a mi mismo.
-Lo sé, no se puede engañar al corazón.
-No se puede.
-Los estúpidos nos reconocemos entre nosotros.
De nuevo, el hombre triste rellenó los vasos.
-Eres mayor que yo, y has pasado por lo mismo, ¿conoces alguna forma de superarlo?
-Solo hay una que yo sepa, y estoy seguro de que lo sabes también.
-Solo un clavo saca a otro clavo.
-Eso es.
-El segundo clavo termina doliendo más que el primero.
-Entonces, tendremos que dejárselo al tiempo y el alcohol.
El hombre del sombrero terminó su copa, pagó la cuenta y se levantó. Antes de marcharse, dirigiéndose nuevamente al hombre triste dijo:
-Sé que no hay nada de lo que yo pueda decir que vaya a ayudarte, pero intenta liberar tu mente, respira profundo e intenta dejar que pase, y… ¿quién sabe? Tal vez si nos vemos de nuevo, seas tú quien tenga que escuchar mi historia.
-Gracias por aguantarme.
-No le des importancia.
-¿Quién eres?
-Eso da lo mismo. Solo soy alguien como tú, otro solitario de por vida. No alejes demasiado la papelera de la cama.
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