La tarde parece no querer llegar.

El  cielo es tan azul que encandila a cualquiera que levante la mirada. El sol está en su punto, parece no querer irse.

La gente camina con el entrecejo fruncido por el impacto de la estrella más grande y bella de todas. Todos parecen esperar lo mismo: el atardecer. A lo mejor porque tienen un compromiso, una fiesta, saldrán con sus enamorados o sus amigos… yo solo espero la tarde porque sí.  Para poder disfrutar de la bella mezcla de colores que toma el cielo, para sentir en mi piel la baja de la temperatura, solo por observar como el sol se oculta entre los cerros.

Por segundos pareciera que el sol esta ante mis pies. Por segundos me siento la dueña del mundo, me siento capaz de todo y las lágrimas se apoderan de mis ojos. Aun no entiendo esa parte: no sé si son por mis pocos segundos de infinita felicidad, o por la tristeza de saber que sigo en mi realidad.

Cuando la noche llega, me resigno.

Cuando la mañana llega y me doy cuenta de que sigo con vida, suspiro con melancolía y me preparo para otro día aparentemente “bueno".

De camino a la escuela veo el amanecer, pero no se compara con la belleza de un atardecer. El día se me pasa lento envuelto en mis tristezas y pocas alegrías. Solo espero el punto del día en el que algunas estrellas comienzan a aparecer… pero la tarde parece no querer llegar.