Cierto día, cuando, ebrio y drogado,
suplicaba una misericordia que no llegaría,
miré al cielo, negro y estrellado,
y, melancólico, la vi ahí posada,
posada en el plateado manto estelar
beato fantasma; una mera ilusiva fantasía.
Mas, cuando aparté de esa fantasía
mi mirada de infantil emoción, drogado
y absolutamente enloquecido por la estelar
aparición fantasmagórica que creía, no llegaría,
sentí que ya no permanecía posada
más no, en el manto estrellado.
Contemplé, y, sin embargo, un corazón
que, aunque medio muerto, aún latía
y latía a fuerza de voluntad,
abrazado regiamente a la negra carencia,
la fiera inacabable ausencia de calor:
Era la vida que le sobraba.
Era la vida que le sobraba,
la que me miraba al corazón,
y la que clamaba con calor
con fervoroso ardor que aún latía
vida en ella; mas la carencia
aumentaba su valor, disminuyendo su voluntad.
Permanecí cinco minutos mirando como moría
como se estremecía, entre fieros embates,
hasta que finalmente, ¡oh dios!, murió,
murió, mi valentía, la que permanecía,
escondida, sí, pero también la que
en el exterior permanecía y yacía.
Que calma ahora que ella yacía
quieta, la vista perdida mientras moría
en el incógnoscible, éter al que,
en picado, se dirigía entre embates.
Al final su voluntad aún permanecía
pero por poco más, pues finalmente murió.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales