Cuando llegue mayo (VI)
Por Manuel Olivera Gómez
Enviado el 03/05/2016, clasificado en Cuentos
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CUANDO LLEGUE MAYO (VI)
Paquita la del Barrio ya no se escuchaba en las mañanas, porque el equipo de música había desaparecido de la sala. Era ahora Concha, quien mientras escogía el arroz en la mesa de la cocina, entonaba en solitario fragmentos de su canción favorita: “Rata de dos patas, te estoy hablando a ti…”. Igual suerte corrió el televisor. La muñeca negra cargada de collares que le sentaban encima como adorno, fue trasladada a la repisa del comedor. Cuando pregunté por los equipos, Concha me respondió que un bajón de voltaje los había estropeado, y que Oscarito se los entregó a un técnico para ver si los podía reparar.
Su respuesta no me convenció. Pero en ese momento estaba lejos de sospechar que estas desapariciones tenían algo que ver con los reiterados conciliábulos que últimamente tenía con Oscarito.
El primero de mayo, fui al desfile a sacar la cara por la casa.
-¿Y Concha no viene? –me preguntó Rosa, ataviada con una gorra que decía en la visera: “Te seré fiel”, una bandera cubana en una mano, y en la otra, a falta de globo, un preservativo inflado.
-Le duele la cabeza. Va a ver el desfile por el televisor –mentí.
-¿Por qué televisor, hombre? ¿Ya se compraron uno nuevo? Hace unos días vendieron el de ustedes –dijo Rosa en tono de burla.
-¡No lo vendimos! ¡Sólo está roto!
-¿Usted cree? –preguntó ella con ironía-. El que vino a llevárselo no era ningún técnico de televisión. Muy bien que lo ví yo por la mirilla de mi puerta. Era Pablito, el hijo de Lola la bayamesa. Ha estado preso dos o tres veces por traficar con cosas robadas.
Rosa me dejó desconcertado. Pero tenía razón. Cuando regresé a casa pasadas las doce del mediodía, sólo encontré a la anciana, sentada como siempre junto a la ventana, y mirando nostálgica en dirección a la ceiba.
-Concha y los muchachos se fueron en un camión –me dijo apenas entré-. Ahora nada más falta usted.
-¿A dónde se fueron?
-Ella iba llorando –dijo la anciana a modo de respuesta-. Y hasta me dio un beso y me pidió que la perdonara. ¿Será por haberme quitado a mi niño?
-¿Hace mucho de eso?
-Me tiene que llevar al baño –volvió ella a ignorar mi pregunta, y me estiró los brazos para que la cargara.
Apenas lo hice, comenzó a orinarse encima de mí.
Ahora estoy aquí, en el cuarto alquilado de La Habana Vieja, al que irremediablemente tuve que retornar. Sentado en el piso, en un rincón mal iluminado, trato de llevar al papel lo que sucedió en realidad en aquellos primeros días del mes de mayo. De boca en boca corrieron los comentarios. Todos se reían de mí. Al final, atando cabos, oyendo a unos y a otros, pude enterarme en detalles de cómo fue que pasaron las cosas.
Esa mañana, en cuanto salí para el desfile –a donde me empujaron con toda intención-, Concha y sus dos hijos fueron recogidos efectivamente por un camión particular., de esos que la gente alquila cuando va a mudarse. Era de un conocido de Oscar, su marido de Miami, al que todo el mundo daba por muerto y comido por tiburones. Un mes antes, el mismo hombre del camión les había traído la carta. Oscar se disculpaba por todos estos años de silencio, y avisaba que ahora lo tenía todo planeado. Una embarcación vendría a recogerlos, y debían tener todo listo para ese momento.
Supongo que por eso vendieron los equipos. Para pagar el camión, o para cambiar el dinero en dólares y llevárselo a los Estados Unidos. Siempre era aconsejable llegar con algo en los bolsillos.
Y a Concha, al parecer no le llevó mucho tiempo cambiar de opinión. No sólo con respecto a su marido, sino también en lo concerniente a instalarse definitivamente en Miami. Creo que algo tuvo que ver la noticia de que dos de sus tías habían fallecido recientemente, y que la tercera –quien le mandó a decir todo esto en una parte de la carta de Oscar- le comunicara además que le gustaría verla por última vez antes de que también ella dejara de existir. No tenía mucha fortuna para dejarle, pero los pocos ahorros que había podido juntar, los pondría a su disposición, si es que se decidía a recomenzar su vida en los Estados Unidos.
Lo que no puedo explicarme hasta ahora es por qué dejaron atrás a la anciana. Lo más lógico hubiese sido que con silla de ruedas y todo, la encaramasen encima del camión. Pero tal vez no querían arriesgarla. O a lo mejor la consideraban un estorbo, y no les importaba abandonarla.
Una madrugada, dos días después de que se embarcasen clandestinamente por algún punto de la costa, Rosa vino a tocarme a la puerta. Estaba en bata de dormir, con la cabeza llena de rolos y la cara compungida de tristeza.
-¡Ay, disculpe que lo despierte a esta hora! Pero es que acaban de decir una cosa en Radio Martí que creo usted debe saber. Yo estaba desvelada, y me puse a correr el dial de la radio sin saber que ponía –dijo justificándose-, y entonces escuché la noticia. Naufragó una embarcación con inmigrantes cubanos en las costas de la Florida. Cuando recogieron a la única sobreviviente, ya estaba medio ahogada, agarrada de un madero a la deriva. Por las descripciones que dan, creo que se trata de Concha.
Al día siguiente vinieron a pedirme que abandonara la casa. Ahora pertenecía al Estado.
La anciana fue enviada de inmediato al mismo asilo que inútilmente y durante meses, Concha estuvo gestionando para ella. Pero el caso se había vuelto crítico, y ante situaciones así, el escalafón dejaba de ser importante.
Otra vez la vida se me ha puesto difícil. La casera se aprovecha, sabiendo que no tengo alternativas, e intenta sacarme más dinero por esta pocilga a la que ella llama cuarto. Y ahora viene el verano, y esto es como un horno en esa época. Pero voy a aguantar. ¡Tengo que aguantar! He estado pensando que tal vez me daría resultado poner unos anuncios. Para cuidar viejitas que vivan solas. ¡Quién sabe si al final de sus días, quieran dejarme la casa en pago por mi sacrificio! Creo que sería para ellas un buen enfermero. A fin de cuentas, la experiencia ya la tengo….
FIN
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