LIBERADA

Maria se encontraba asustada. Le temblaba todo el cuerpo, sudaba y sentía una presión muy fuerte en su pecho.

No podía más, sentía que de un momento a otro iba a dejar de respirar. Sentía que si no gritaba si no daba un golpe en la pared, moriría.

Así que soltó un grito liberador, se sintió más libre, mejor.

Esa sensación la tenía todos los lunes por la mañana, no soportaba la idea de ir a la oficina, le aterraba, le horrizaba. Odiaba su trabajo, sabía que se equivocó de carrera.  Secretaria de dirección. Estudió económicas en la Complutense de Madrid. No era su vocación, su vocación era bailar, pero su familia se encargó de destruir su sueño.

“Niña despierta!” Decía su madre, “deja esos pájaros y estudia algo de provecho”.

“La gente de la farándula son gentuza”, le repetía su padre una y otra vez.

María estudió algo de provecho, y durante unos años se sintió bien. Pero algo ardía en su pecho, algo hacía que no sintiera paz.

Lunes por la mañana. María se levanta, se siente bloqueada, solo llora y se pregunta por qué no siguió su sueño. Por qué hizo lo que los demás creían que era lo correcto para ella.

“Soy una desgraciada”, se repetía ante el espejo.

Salió de casa y comenzó a caminar hasta su trabajo. Pero ese día, fue diferente. Al esperar en el semáforo alzó la vista, y ahí lo vio. Academia de baile. El pecho de María empezó a arder, cada vez más fuerte y fuerte. Algo le decía que tenía que entrar en esa academia.

Se armó de valor y entro en la academia. Sin pensarlo pagó su primera clase y comenzó a bailar, se olvido de su trabajo. Olvidó que tenía que llegar a tiempo. Pero le dio igual. Bailo y bailo y se sintió libre.

María lo dejó todo para seguir bailando y jamás se arrepintió de ello. El baile la hacía libre, el baile la hacía feliz.