Mi esposa en el transporte público

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Cuando estaba dentro de ella y la sentí completamente húmeda, le pregunté susurrando al oído: ¿te han manoseado en el transporte? Ni siquiera pudo responder, solo alcancé a escuchar un “siiiiii” muy alargado cuando se venía. No me dejó salir. Al mismo tiempo que empezó a aumentar su ritmo, cerró los ojos para contarme.

“El tren iba atestado y yo llevaba falda. Entonces sentí como alguien quedó perfectamente estampado atrás de mí. No volteé y sentí que en menos de 3 segundos su bulto creció. No me moví ni dije nada. Él empezó a frotarse cada vez más fuerte y descaradamente. Cuando vio que yo cerré los ojos se animó a poner su mano en mi concha que ya estaba completamente húmeda. 

Parecía que se había formado una valla a nuestro rededor y todos nos daban la espalda. Yo no pude más y empecé a acariciar su bulto que estaba duro como roca. Se apartó un poco sin dejar de acariciar mi clítoris con su dedo índice. Cuando se volvió a pegar puso su miembro en mi mano. Era enorme y muy grueso. Lo masturbé y se vino muy rápido. Embarró mis bragas ya que me había levantado la falda.

De pronto, sacó su dedo y como relámpago guardó su caliente y chorreante miembro. Yo bajé y acomodé mi falda sintiendo como me escurría su semen en mis nalgas que estaban palpitando de deseo.

En un instante el tren quedó casi vacío y nunca supe quién me había hecho su donación”.

Yo no pude más y el relato hizo que terminara profusamente. Ella también tuvo  un segundo orgasmo.

Días después decidimos vivir la emoción del sexo en el transporte, los dos.

Escogimos el día y la hora. Ella entró por una puerta y yo por otra de manera que pareciera que no íbamos juntos. Todo fue perfecto. Dos tipos recargados en la puerta que no funciona, estaban atrás de ella pero había espacio para que no tuvieran pretexto de pegarse. Yo me acerqué y me puse entre ella y ellos. Llevaba la falda ideal: muy corta con una especie de holanes de color azul.  Haciéndome como que me cuidaba de que nadie me viera, llevé mi mano directo a sus nalgas. Le empecé a acariciar despacio con el dorso como esperando la aceptación. Después, ya la acariciaba descaradamente con la palma al mismo tiempo que alzaba su falda y dejaba ver que solo traía una tanga de hilo dental.

Los dos tipos veían azorados mi atrevimiento y el consentimiento de ella que se movió más hacia atrás por la gente que entró en la estación y empujó a la multitud. Uno de ellos sin poderse contener, me guiñó un ojo como pidiéndome permiso de compartir el manjar. Ya éramos dos los que le acariciaban las nalgas a mi esposa. Cuándo él vio que estábamos resguardados de otras miradas, de plano se sacó su tremenda macana. Por un momento nos vimos los tres a los ojos. Yo sin más, tomé ese mástil y se lo puse a mi esposa en posición directo a su vagina. Ella solo se tuvo que arquear un poco y abrir las piernas para ser penetrada ahí mismo, a plena luz del día y en medio de no se cuanta gente. El otro tipo siguiendo el ejemplo, liberó su erguido falo. Tomé la mano de mi esposa para que lo masturbara. Yo al mismo tiempo la masturbaba a ella acariciándole el clítoris.

Fue un orgasmo triple. Solo el ruido que produjeron los frenos del tren ocultó un poco el “haaaa” que ya no pudo contener mi esposa. Los otros dos con cara de terror, apenas tuvieron tiempo para meterse el miembro y subirse el cierre. Solo tomé la mano de mi esposa en la que todavía llevaba el semen de uno de ellos.

Salimos y regresamos en nuestros pasos. Ya no tuvimos tanta suerte. Solo se masturbaban cuando veían el espectáculo que les dábamos.

Al final obtuvimos una recompensa. Cuando estábamos solos afuera del tren, nos siguió un joven que preguntó: “¿podemos hacer algo más? Pago el hotel”.

Ese ha sido de los mejores tríos que hemos tenido.

Nos comprometimos que la siguiente vez, será en un concierto.


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