Un Ángel Huyendo del Infierno III

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    La bella desconocida había sido vestida por las propias funcionarias Detectives de esa Comisaría y se veía muy elegante, pero mantenía ese aire de aparente indiferencia que provocaba un probable shock  mental.
Cuando el Doctor  Juan Peters, médico siquiatra que era amigo personal de Lobos, escuchó como éste le rogó que atendiera a su protegida, pues así había tomado este singular caso con la venia de su Jefe el Comisario, no pudo negarse.
Ambos tenían edades parecidas y habían estudiado juntos en el colegio secundario. El Doctor Peters conocía tanto  al Detective Lobos, que sabía de su noble corazón que era muy sensible ante los sufrimientos de otras personas; había seguido de cerca la carrera del sabueso y era un admirador de este moderno Quijote. En anteriores oportunidades antendió a pacientes a pedido de su buen amigo el policía.
Pidió a su personal de la consulta particular de la cual era propietario, que nadie lo molestara ni siquiera por teléfono. Pese a la frialdad que tenía como galeno especialista en problemas mentales, no pudo evitar una exclamación de admiración ante tan preciosa muchacha.
–¡Por favor, si esta muchacha es una reina de belleza! –Miró sonriente a su amigo policía y a su ayudante, – No me digan que los fríos Detectives no sienten nada por esta joven. Es natural que  los varones sintamos sorpresa en su presencia, pues habría que ser de fierro para no admirarla.
Acto seguido pidió a los dos agentes que guiaran a la bella hasta un cómodo sillón, donde quedó sentada con esa mirada ausente anormal. Pidió silencio y aseveró que les permitía estar presente en el proceso de hipnosis sólo porque les conocía la prudencia que los caracterizaba.
Con dos linternas, una evidentemente potente y la otra de haz de baja potencia, pero de varios colores, el joven médico se instaló frente a su paciente. Con voz suave, monótona, comenzó a hablarle que no tuviera miedo, que el peligro había pasado.
–Sé que usted, señorita, de algún modo me entiende. Estamos aquí para protegerla de todo peligro.
Encendió la lámpara con luces de colores que se sucedían una tras otra con suavidad e iluminó sus bellos ojos.  Después varios minutos, que a los investigadores les parecieron eternos, el rostro del profesional tuvo un rictus de agrado, pues la joven parpadeó en repetidas ocasiones, pero volvía a su ausencia de la realidad.
–Ahora, mi muchachita, usted va a regresar a este momento. Como un relámpago recordará el instante que la dejó  en este estado. A la cuenta de tres … uno …dos … TRES. – El siquiatra encendió la potente linterna frente al rostro de joven, sólo por un par de segundos y la apagó.
La chica retrocedió su cabeza, abrió los ojos desmesuradamente  y estalló en llanto, abrazando al Doctor.
Continúa.

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