¿Cruzar o no cruzar?

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Eran sus ojos; no, era su mirada, quizá cómo se dilataban sus pupilas frente a mí cuando me hablaba; tal vez esa coraza que poco a poco había construido día a día para evitar poner nombre a lo que sentía. ¿Acaso importaba? A mí desde luego no; yo solo sentía, solo atrapaba cada sensación, cada suspiro en el aire que me reviviera y me hiciera sentir viva. Y todo eso... me lo proporcionaba él, a cuenta gotas, quizá por miedo a que la intensidad de nuestros encuentros terminara con algo que ni siquiera había empezado. Solo había pasado un día desde que me subí a ese autobús y parecían años...a su lado. Durante años había oído cómo la trataba como a una reina y cómo en la cama e
Nunca pude imaginarme que el color verde de aquel semáforo no solo me daba permiso a cruzar la calle, sino a cruzar mucho más. Andé despacio, él se dio la vuelta y fue tal y como esperaba; mirada sincera, gesto... atrayente, mucho. Era el ex novio de una de mis mejores amigas, pero era consciente de que ella aún le quería, no deseaba pasar página, seguía albergando la esperanza de que él volviera l mundo parecía detenerse ante sus caricias, sus miradas, su manera de hacerla sentir como nadie antes lo había hecho. Yo me encontraba destinada lejos de casa durante los cinco años que estuvieron juntos y solo coincidimos una vez, breve, sin apenas cruzar palabra pero con una sensación de esas que te atraviesan y no eres capaz de olvidar por mucho que lo intentes.

A medida que Álvaro se acercaba a mí tras cruzar, no dejaba de rememorar aquel encuentro, aquellos dos besos que me traspasaron y se habían quedado dentro de mí hasta ese mismo momento en el que su recuerdo me estremeció. Dos besos suaves pero distantes; afectivos pero sin intensidad, y me di cuenta que solo yo había sentido esa conexión un año atrás. Me puse a su lado y entramos en la cafetería más cercana. Nos sentamos, comenzamos a hablar acerca de cómo podía ayudarme con mi problema laboral y no voy a negar que le oía, pero no le prestaba la atención necesaria; mi cabeza estaba muy lejos de allí. Solo diez minutos fueron suficientes para desmoronarme y dejarle entrar al lugar más profundo y lejano de mi interior. Cuando volví a casa mis piernas aún flaqueaban, mis manos temblaban y mi corazón palpitaba a una velocidad que no había sentido nunca antes. No vi nada por su parte que me demostrara que a él le hubiera pasado algo similar, pero igual hablaba mi falta de autoestima; quedaban más reuniones de trabajo y nunca se sabe.

Hubo una segunda vez, una tercera y una cuarta. Parecíamos adolescentes, sentados en el césped riendo y sin dejar de sonreír; nos rozábamos de manera inocente o eso parecía transmitirme hasta que me habló de lo que nos unió en aquella fiesta.

—La quiero, es tu amiga y no te voy a engañar; pero esa relación no puede llegar a ningún sitio, y menos ahora.

No entendía esa coletilla... ¿menos ahora? Mi expresión confusa debió anirmarle a continuar:

—Yo no soy así, no me abro a la gente tan pronto y menos cómo lo he hecho contigo; pero esto no puede ser.

Un rayo pareció atravesarme. Todas las escenas que había imaginado con él, comenzaron a sucederse una tras otra; su lengua recorriéndome entera, su rostro escondido entre mis piernas mientras mis manos se entrelazaban entre sus mechones de pelo, las suyas en mis nalgas con las yemas de sus dedos estrechando mi piel, su sexo introduciéndose y penetrándome mientras su mirada llegaba a mi alma y se la llevaba con él, lejos, a un mundo desconocido del que yo no quería volver.

—¿Mónica? Pareces lejos de aquí, ¿estás bien? Siento lo que te acabo de decir, igual ni siquiera te lo habías planteado, pero creo que está conexión, esta intensidad... es tan evidente.

Le oí, sí, le escuché, pero en mi cabeza él seguía sobre mí, deslizándose en mi interior y humedeciéndome sin pensar que sus palabras que me decía, hacían imposibles esos momentos.

—Ehhh, sí, perdona, tienes razón. Esto no puede ser —dije sin poder disimular la tristeza en mis palabras.

Me puse en pie dispuesta a irme cuando él hizo lo mismo y sujetó mi muñeca sin dejar que me moviera.

—Espera, esto no puede acabar aquí; necesito tenerte en mi vida, necesito que hagamos que esto funcione... aunque no crucemos esa línea roja que nos separa.

No podía, mis muslos se contraían, creí poder caer ahí mismo si no me dejaba marcharme. Sentía el sabor de sus labios, su lengua enredada con la mía, saboreando todo lo que llevaba guardando para él más tiempo del que ni yo misma me habría imaginado. Le miré a los ojos, busqué una señal de que aquello real, de que de verdad era el final o por el contrario podríamos hacer que funcionara. Sin decir nada más allá que lo que expresaba el diálogo mudo de nuestros ojos, me abrazó el cuello y me besó; un beso lento, en la comisura de los labios. Y me abrazó. Mi mejilla estaba apoyada en su pecho y su corazón quería salir al alcance del mío.

Hay sentimientos que por mucho que queramos, no pueden ni esconderse ni ser encerrados; los corazones no saben encarcelar nada que les permita seguir palpitando con fuerza.

Nos encaminamos a la parada del autobús sin pronunciar palabra, pero nuestros ojos no dejaron de mirarse. El autobús llegó, volvió a abrazar mi cuello, nuestras comisuras volvieron a encontrarse y sentada junto a la ventana me alejé mientras él se quedo de pie, mirando como quizá, habíamos perdido la oportunidad de ser felices.

No habíamos cruzado, no habíamos roto las ataduras del pasado... no nos habíamos arriesgado a ser felices.

 


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