La calle del olvido

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Todos guardamos sueños que hemos prometido cumplir algún día. Maria también los tenia. Deseos o proyectos que se paralizaron en el momento que surgen por la falta de ambición, valentía o por simple prudencia, al convencernos que son difíciles de realizar y ser una quimera.

Yo siempre hablaba de mi abuela, y aun la recuerdo. Apenas me levantaba por la mañana cuando miraba distraída hacia la ventana, ya la tenia en mente.

Mi abuela Maria nació y vivió de pequeña en Barcelona. Ya había fallecido hacia años pero permanecía todavía su recuerdo. La recordaba capaz de narrar historias fascinantes que conservo intactas en mi memoria.

De pequeña vivía en una callejuela estrecha, hasta el extremo que las vecinas se hablaban desde las ventanas, y se conocían todas. Maria dijo que se llamaba la calle del olvido. ¡Menudas paradojas tiene la vida!

Cerca de casa se instalaba en aquellos tiempos el mercadillo donde se vendían objetos extraños traídos de lugares lejanos. En los puestos de artesanos vendían sus baratijas, entremezclados con los puestos de frutas y verduras. Adoraba el ambiente bullicioso de los días de mercado, que le alejaban de las privaciones de casa, en la que cuidaba a sus padres enfermos. Cuando quedo huérfana a los nueve años, su tío que era marino mercante, la alojó en la bodega del buque con destino a Argentina. En la ciudad de Buenos Aires haría el resto de su vida.

En la escuela secundaria conoció a Ernesto. Al cumplir los dieciocho años se prometieron y al poco tiempo se casaron. Tuvieron una única hija, mi madre.

Con el paso del tiempo siguió dejando atrás anhelos irrealizados que fue postergando de manera despreocupada. Al comienzo, le hubiera gustado tener amigas en la escuela, pero al salir al patio se sentaba triste en un banco aislada. En su juventud, recordó en especial el frugal encuentro con un hombre que estuvo inquilino en casa por mediación de un familiar cercano. Tan solo pasó cuatro semanas en la ciudad, porque al no encontrar trabajo se volvió al pueblo. No hubo nada, tan solo ligeras miradas a pesar que ella sentía interés por su persona.

Pero, cuando el alzeimer comenzó a dar los primeros indicios se arrepintió de no haber vivido esa experiencia. A sus noventa y cuatro años sintió que había desperdiciado aquel episodio y muchos otros.

Ahora, estando velándola en el tanatorio, recuerdo con vehemencia uno de sus sabios consejos.

- !No reprimas tus sentimientos, cariño¡

- Vive cada momento de tu vida intensamente.

 

* In Memoriam de María.

 


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