Coté, un pequeño payaso.

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Coté, un pequeño payaso.

Cuando alguien de la familia trajo de “contrabando” un pequeño y lanudo perro de los llamados  poodle-toy, teníamos un pastor alemán.  Mi rechazo a tener más de un perro se debe a que los sitios aquí en la capital son chicos y no como en las provincias, donde tres o cuatro canes no hacen problemas en terrenos grandes.

Mi familia  observó con preocupación cuando descubrí al mínimo perro que era olfateado por su congénere gigante, porque lancé una carcajada pues por cada lamida el perrito caía y quedaba de espaldas.

Le llamaron Coté, vaya uno a saber la razón. Me simpatizó desde el principio; noté que era de manto (pelo) muy rizado de color chocolate y que mostró ser muy inteligente.

La verdad sea dicha ignoro cuantos años nos acompañó; creo que le tuvimos tanto cariño que nos hizo perder la noción del tiempo. Mis hijos lo envolvían en paños como si fuere un bebé y el pobre sufría baños semanales con shampú para canes, muy perfumadito.

Al perro gigante yo lo aseaba; ponía una cara de resignado, porque no podíamos bañarlo en la tina debido a su enorme tamaño. De modo que, bien jabonado,  recibía la ducha fría de la manguera para regar.

Cuando Coté tenía un año aprendió varias gracias. Bastaba llamarlo para que acudiera a  mirarnos con amor , en espera qué le íbamos a ordenar. A las visitas les mostrábamos como se echaba y … bueno todo lo que se les enseña a los perros.

Sin embargo, cuando  reíamos era cuando le abríamos los portones y le ordenábamos que corriera.

¡ Corre Coté ! ¡Corre Coté!

Bastaba esta orden para que emprendiera una veloz carrera, frenaba en la reja exterior y así daba seis o siete vuelta. Sus largas orejitas y su pelo encrespado se echaba hacia atrás con el viento. Terminada su carrera, acudía donde nosotros con su pequeña lengua afuera. ¿Qué deseaba?  Su premio: caricias y él correspondía lamiéndonos las manos y dando una vuelta en el aire de un salto.

Una de sus actitudes que me hizo estudiarlo, fue cuando en una ocasión le conversé como si se tratara de otra persona. Con sorpresa vi que me miró, se sentó frente a mí y me prestaba mucha atención. Sus ojitos casi tapados por tanto pelo, me observaban como interrogándome; el colmo fue  cuando trató de imitar el sonido de mi voz y como se cansó, aparentemente al tratar de comunicarse conmigo, daba una especie de estornudo y se iba. Era un pequeño payaso disfrazado de animal, provocaba la risa de mis familiares, vecinos y amigos.

Hasta hoy siento pena por mi ignorancia. En casa no sabíamos que había que vacunarlo contra una enfermedad que me suena como ”Parva Virus”. Avisé que lo notaba algo enfermo, pero fue demasiado tarde, en dos días falleció en su  pequeña casa.

Coté, querido y pequeño hermano menor, cada vez que nos acordamos de ti nos da pena.

 

 


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