Exhibicionismo

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Fue algo casual pero fulminante. Íbamos mi esposa y yo paseando por el centro de Cuernavaca, ciudad con vocación turística para la capital del país. Era un domingo soleado con mucha gente caminando por las calles. Ella llevaba un exquisito vestido corto muy ligero adecuado al caluroso clima.  De pronto a nuestro pequeño hijo se le desabrochó una agujeta de un zapato. Ella se apresuró a resolver el problema, pero dado que le fue imposible ponerse en cuclillas, se tuvo que inclinar. Esto provocó la erección más rápida que he tenido en mi vida ante un hermoso espectáculo: sus nalgas y su muy breve braguita blanca expuesta al aire, el bulto de sus labios se notaba entre ese pequeño arco que forman las piernas y que se puede ver por atrás, su vestido solo era una pequeña capota de esa belleza.

Tragué saliva. Varios testigos de la escena se llevaron un pellizco de sus esposas cuando quedaron atónitos sin poder despegar la mirada del erótico espectáculo. Fueron breves segundos, pero bastaron para que una gota de líquido pre seminal, se notara en mi pantalón. Instintivamente me alejé un poco para que se pudieran agasajar con ese hermoso trasero que tantas veces me había comido.

Cuando estábamos tomando un helado en uno de los kioskos, ella me vio pensativo. ¿Qué pasa?

“Nada en realidad. Bueno. Está bien, te voy a contar”. Mientras le explicaba con detalle el suceso, ella estaba lamiendo su helado de una manera cada vez más sugerente además de no quitar su mirada fija de mis ojos. Eso me volvió a excitar. “Discúlpame. Quizá te debí avisar o más bien tapar. ¿No crees?” “¿Te gustó?” Yo tragué saliva ante tal pregunta. “Pues, pues,…mmm, es que me siento apenado. Vas a pensar que soy un depravado”….” ¿te gustó?” Insistió. Sabiendo que no podía mentir, finalmente solté un apenas audible “ajá”.

Ella entones volteó, estudió nuestro entorno y fijando su vista en un aparador de una joyería que estaba a unos 3 metros de donde estábamos sentados, se paró y me dijo “disfrútalo”. Se alejó suficiente para regresar sobre sus pasos. Se detuvo frente al aparador y entonces inclinó a ver los objetos que estaban más abajo. Como un imán, todos los comensales casi de manera sincronizada, voltearon a disfrutar de nuevo de ese hilo dental, de esas torneadas nalgas, de ese pubis apenas cubierto de blanco que dejaba adivinar sin esfuerzo aquellos labios que forman la puerta al paraíso del placer. Esta vez, algunas parejas lo tomaron con más filosofía y lo disfrutaron juntos. Pude ver la reacción de una mujer que decía con la mano a su compañero “más o menos”, ante la admiración  que le expresaba por tan hermoso trasero.

Mi esposa se incorporó, volteó y me guiñó un ojo. Apenas ponía atención a mi hijo y sentía que explotaba de excitación. Caminó unos pasos y volvió a la carga. Yo volteaba a verla y a disfrutar la mirada lasciva de los otros. Cuando nos fuimos, una pareja nos envió un beso con la mano agradeciendo nuestro atrevimiento.

Íbamos muy excitados y decidimos ir a un jardín muy hermoso que está por esa zona. Casi sin hablar fraguamos el plan. Nuestro bebé ya estaba dormido en su portátil. Llegamos a esa parte que es preferida por las parejas  y que ya sea de pie o tumbados en el pasto, se dedicaban a estar a un paso mínimo de hacer el amor. De pie, le puse mi bulto palpitante directo en su pubis. La tomé por las nalgas y se las acariciaba con fuerza. Levanté su vestido de forma descarada.  Nos comíamos en un beso profundo y húmedo. Poco a poco las parejas fueron volteando sin dejar lo suyo. Ella  me bajó el cierre y sacó mi miembro a punto de estallar y se ensartó de la manera más hábil. Sentí la mirada de todos. Algunos nos empezaron a querer imitar. Otros de plano pararon para observarnos detenidamente. Ya no pude más y me vine.

Ella volteó y cuando vio que eran más de 10 parejas que nos estaba disfrutando, de plano arrolló su vestido en la cintura para queda completamente desnuda hacia abajo.

¡Quiero hacerlo frente a todos!

Fue tan intenso que sucedió de todo. Unos se acercaron, otros se fueron y otros redoblaron su ímpetu.

Ahora ella se inclinó y recargada en un árbol, hizo que penetrar su vagina por atrás. No sabía cómo es que habiendo tenido un orgasmo, podía seguir cada vez más excitado. Cuando terminamos por tercera vez, solo el llanto del bebé nos devolvió a la realidad. Rápido nos compusimos y nos retiramos del lugar como si hubiésemos terminado un día de campo normal.

Varias veces intentamos revivir esa intensidad en la recámara. Todo fue inútil. No tardamos mucho en saber que nos estaba pasando.

Esta vez fuimos al cine. A pesar de estar casi vacío permanecimos en la parte de atrás parados. La empecé a penetrar y varias parejas que iban entrando permanecieron estupefactas viéndonos follar salvajemente ahí a la entrada de la sala. De nuevo renació la lujuria y repetimos una y otra vez sin poner la menor atención a la película y redoblando el ritmo cuando alguna pareja se detenía a observarnos.

Parecía que habíamos descubierto la piedra filosofal de la lujuria pues no tenía fin nuestro deseo de sexo y más sexo ante los demás. Ya en completo acuerdo, le dije mi último plan para ese día. Fuimos a comer a un restaurante muy exclusivo que tiene un excelente jardín. Había de todo y nos pusimos en una mesa estratégica. Al principio, solo hacíamos lo que hace un par de cachondos. Pero después, logramos el trofeo: la mirada de muchos que no se podía apartar de mi mano acariciando el pubis de mí esposa que con la falda levantada completamente, dejaba ver que no llevaba ropa interior.

Para nuestra gran fortuna estaban unos que seguramente tenían la misma afición. Sin querer, se armó una especie de reto. Mi esposa que tenía las piernas completamente abiertas sobre otra silla, se metía los dedos para después lamerlos sin dejar de verlos a los ojos. Los meseros se dieron cuenta y cuando se dispusieron para disfrutar el duelo, la otra pareja pareció llegar a su límite. Entonces mi esposa, dio el paso decisivo. Sacó mi miembro y me empezó a dar sexo oral. Cuando un mesero se acercó y preguntó con la voz quebrada por el nerviosismo y excitación si deseábamos algo más.  Mi esposa se incorporó, se limpió un poco el semen de la comisura de sus labios y relamiéndoselos, le dijo al mesero que no podía creer lo que estaba viendo: “más champagne, por favor”.

Cuando me puede arreglar un poco, ella se levantó, se dirigió a la otra mesa, charló unos segundos y ¡no podía creer lo que estaba pasando! La pareja se paró y se fue a sentar a nuestra mesa.

Nos presentamos como los seres más diplomáticos del mundo. Ellos eran escritores y la velada fue por todos lados menos por lo que había acabado de pasar. Los meseros parecieron decepcionarse un poco. Ana y Rafael, se volverían a partir de ahí, nuestro mejores amigos.


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