Sigo tumbado en la hierba, mirando al cielo y observando las estrellas. Pensando en ti.
Ya no me quedan lágrimas que derramar, ya no queda un sólo pedazo de mi corazón sin sufrimiento.
Las pocas alegrías, que la vida me ofrecía, se desvanecieron al perderte.
Tus recuerdos se los llevo la noche y mi alma hundida, no tiene fuerzas para volver a mi.
Qué será de un hombre sin alma, en un mundo sin consuelo?. Podré resistir las pocas embestidas que me depara la vida?. Seré capaz de subsistir en el amanecer?.
No me quedan fuerzas para moverme, me siento derrotado y sediento de venganza, pero sin ganas de llevarlas acabo.
Se que la muerte me acecha, lo mismo que te acechó a ti y en el horizonte, se cuela el primer rayo del amanecer.
Las sombras de la noche dan paso, a través de mi cuerpo, a una muerte anunciada.
El primer rayo de sol acaricia mi piel, su tacto tan deseado y prohibitivo para mi, resquebrajan mi piel hasta sentir un dolor insoportable.
Mi corazón se apaga, en busca del tuyo. Las primeras llamas, hacen secar mis lágrimas de dolor.
Mi cuerpo desaparece, convertido en polvo, cuando el sol termina de hacer su aparición y mi alma recupera la fuerza para reencontrarse contigo.
Una fuerza superior, tira de mi y hace que todo sentimiento de ira, de venganza, desaparezca y se convierta en alegoría.
Allá a lo lejos te veo. Estás radiante, casi divina, sino fuera porque, lo que el tiempo nos depara ahora, es una eternidad en el infierno.
Infierno que a tu lado no tiene nada que envidiar al paraíso.
Y por fin en Transilvania, descansaran tranquilos, tras la muerte de su leyenda más temible.
A mi amada Elisabeth, de tu siempre amado el Conde Drácula.
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