Mirarle a los ojos y sentir como todos mis fluidos quieren resbalar por mi pierna.
Esa mirada tan atractiva como peligrosa ha puesto más de una relación en peligro, tanto relaciones homosexuales como heterosexuales.
Esa mirada tan pecadora como angelical, que pide guerra dentro de una inmensa paz y desprende lujuria.
Te atrapa, te hace enloquecer. Y de repente te fijas en su sonrisa torcida y malévola. Y si sigues bajando la mirada por su cuerpo tonificado te encontrarás con sus pechos firmes, grandes, perfectos sin nada que los mantenga. La querida no es de sujetadores. La querida no es de ropa íntima. Quiere provocar y sabe como hacerlo.
Su blusa blanca, casi transparente no deja nada a la imaginación, pero sus pezones tampoco quieren esconderse. Quieren ser mordidos mientras unas manos sabias se dirigen hacia el centro de su cuerpo en busca de emociones húmedas. Una pequeña falda no es un obstáculo difícil de sobre pasar y la ausencia de tanguita lo facilita todo aún más. Sí, me está poniendo a 100. Ella se deja hacer, se gira, se retuerce, quiere llegar al clímax y a mi me tiene a tope. Justo cuando menos me lo espero me arranca el botón de los pantalones haciendo que estos se caigan y practica un oral perfecto con la intención de que sea un acto recíproco, pero no lo conseguirá tan fácilmente...
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