OPERACIÓN KITTY (II)

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Alicante. 05:00 horas.
Se abría la barrera del cuartel de Rabasa, y por ella salían dos vehículos, un Peugeot 406 y un Wolswagen Passat, ambos de color azul oscuro y con los cristales ahumados. Acto seguido otros dos coches de la policía nacional se seguían, dos Picasso.
Giraron a la izquierda y tomaron dirección a la autovía. Al llegar a la altura de la rotonda de la universidad de Alicante, el ruido de un helicóptero se hizo patente, les escoltaban también desde el cielo.
Su objetivo: el aeropuerto internacional de El Altet, dónde se les esperaba.
En pocos minutos alcanzaron esta población alicantina, el convoy entró sin problemas, la seguridad estaba avisada y ninguna traba se les pondría, además se desplegó un fuerte dispositivo al mando de la Guardia Civil.
Accedieron a las pistas, dónde un Falcon 900 del Ejército del aire para trasporte de personalidades les estaba esperando. Un aparato de color blanco, con el morro en rojo y con los números identificativos 45-42.
A sus pies, ante la escalerilla de acceso a la aeronave, había agentes del Cuerpo Nacional de Policía con equipo táctico, armamento y cubriendo un amplio despliegue de seguridad.
Los coches, frenaron justo delante de la puerta de acceso al avión. Del Peugeot se apearon dos personas, una de las cuales portaba lo que parecía ser una jaula de trasporte de animales cubierta.
Subieron sin tardanza, y se cerró la puerta, sonando los potentes motores del Falcón al ponerse en marcha.
Pasados unos minutos el morro rojo de aquel 45-42 alzaba el vuelo, rumbo hacia Madrid.
Los coches se retiraron cada cual a su destino, el helicóptero hacía rato que no se escuchaba, y en uno de los Picasso de la Policía Nacional, un policía le decía al otro:
—Qué servicio de escolta tan extraño.
—La verdad es que sí, compañero.
—Ahora sigamos, pero como los “polis” de verdad.
Y metió un CD en el equipo de audio. Empezó a sonar una canción muy conocida:
—“Apatrullando la ciudad, por la noche y con el coche, apratrulla la ciudad…”
Ambos rieron a carcajadas.
—¡Anda tira ya, Cachondo!
—Jajajajajajaja.
—La madre que te parió, eres el tipo más extraño con el que he trabajado, gitano, madero y que le encanta El Fary.
************
El Falcon aterrizó en el aeropuerto militar de ….., dónde otra comitiva esperaba.
Con un operativo similar al que se montó en Alicante, la jaula llegaba por fin a su destino, La Moncloa. Eran las 5.45 horas.
El presidente, en su despacho privado espera a un gran amigo y compañero de partido desde hacía muchos años.
Tocaron a la puerta.
—Toc, toc ¿Se puede Sr. Presidente?
—Pasa Luis, no me toques los huevos, anda.
—¿Para qué carajo me haces madrugar tanto? ¿Qué coño quieres a estas horas?
—Jajajajajaja, ahora lo verás, necesito de tu pericia.
—No te entiendo, Mariano, de verdad, que a veces no hay quien te entienda.
—Pasa y siéntate —dijo el presidente mientras se levantaba de su sillón. Se acercó a uno de los muebles que adornaban el despacho, lo abrió y sacó una botella de Whyskey con dos vasos.
—¿Una copa para celebrarlo?
—Supongo que te refieres al “tinglao” que has formado esta madrugada, ¿me equivoco?
—No, así es.
—Pues ya puedes empezar a explicármelo.
Se oyeron unos golpes en la puerta.
—Adelante —Contestó el presidente.
Entró un agente del servicio secreto portando una jaula de animales tapada con un trapo.
—Déjelo encima de la mesa, ya puede retirarse.
Luis, intrigado le preguntaba a Mariano.
—Supongo que me aclararás esto.
—Claro, para eso te hice venir.
Agarró el trapo que cubría la jaula y lo quitó, dejando a la vista a una pequeña gata asustada acurrucada al fondo de la jaula que la tenía presa.
—Es Kitty, tu gata, eso ya lo sé.
—No, error, es mi plan de pensiones.
—¿Cómo?
Mariano, el presidente, abrió la puerta de la jaula, y con mucho cuidado agarró a la pequeña gatita.
La sostenía con las dos manos en alto, haciéndole carantoñas.
Luis lo miraba boquiabierto, «este tío es gilipollas».
La puso en sobre la mesa y se sentó. La acariciaba con ternura, hasta que al fin le dijo a Luis:
—Sé que me tomas por loco, o peor, por gilipuertas, pero te equivocas, mira.
Le quito al felino el collar que llevaba y lo extendió sobre la mesa. Con la ayuda de un abrecartas lo rajó de principio a fin y, cual fue la sorpresa de Luis al ver que… ¡estaba relleno de diamantes! Que caían sobre el porta firmas del escritorio del presidente.
—¡Dios mío! Ahí debe haber millones, Mariano.
—Veinticuatro quilates, Luis, veinticuatro.
—¿Y qué pinto yo en esto? Has dicho hace un momento que era tu plan de pensiones.
—Así es, querido amigo. En poco, el “chiringuito” se nos desmorona, y quiero asegurarme las espaldas, y por supuesto mi futuro.
—Entiendo.
—Tú lo debes llevar a Suiza, a mi cuenta personal y secreta.
—¡No me jodas! Sabes que me están investigando por corrupción.
—Por eso mismo ¿quién va a pensar que un investigado va a seguir llevando riquezas a Suiza?
—Mierda, Mariano, me pones en un aprieto, sabes que no puedo…
—Luis, coño, que nos conocemos.
—Mariano, quiero cambiar, esto me podría destruir, eso si no me cogen con lo demás.
—¿Te parece bien el 20%?
—¿Cuando salgo para Suiza?


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