He decidido que lo haré. Pero no lo haré por que no sea capaz de sentir nada por él, tampoco lo haré por que no lo haya querido nunca, no. Lo haré porque todo eso que sentía por él se ha ido, se ha ido junto con su memoria, últimamente está empeorando y ya no es capaz siquiera de recordarme. Lo haré porque he aprendido a odiarlo, ya he aprendido a vivir sin él, es hora de que se vaya.
Sí, lo haré, y mientras lo hago tendré en la memoria su rostro tal como era hace treinta años, cuando nos conocimos. Lo haré y mientras tanto pensaré en todo el cariño que le tenía, pensaré en los años que compartimos, en lo felices que fuimos. Pensaré en nuestros hijos, pensaré en nuestros mejores años, nuestras mejores sonrisas. Lo haré porque ya no es él mismo; ahora es un viejo decrepito y enfermo y por eso lo odio.
Que crueles parecen mis motivos, y, sin embargo, sé que esto es lo que nadie se atreve a decir. Esto es lo que todos esconden celosamente en el fondo de su corazón por ser éticamente incorrecto, este profundo odio que se llega a sentir por un enfermo terminal… Y está bien, este odio es normal, es tan natural como respirar, es tan o más natural que amar. Es nuestra naturaleza. Sí, lo odio; lo odio por caer enfermo, lo odio por evaporarse tan rápido, lo odio por olvidarme, por ser mortal y recordarme mi propia mortalidad, pero aún más lo odio por mantenerme a su lado confiando en fantasías de milagrosas recuperaciones, lo odio por hacerme perder mi tiempo en algo que inminentemente ocurrirá. Lo detesto por hacerme esperar, a su lado, hasta su muerte.
Todo humano muere eventualmente sin excepciones, pero ¿y qué cuando las agonías son más briosas que la muerte misma? ¿Ahorrarle todas estas agonías es hacer el bien o es hacer el mal? ¡Ah, que línea tan delgada divide la bondad de la maldad! Y, ¿quién se encarga de hacer todas estas divisiones? ¿Sentarme pacientemente a ver como sufre hasta la muerte es hacer el bien o es hacer el mal?
No lo sé.
No lo sé.
¿Cómo podría saberlo estando esto tan sujeto de la subjetividad? ¿Qué respondería el resto del mundo si se le preguntara esto mismo? ¿Es correcto arrebatarle la vida a una persona sin su consentimiento para evitarle las agonías, la antesala de la muerte?
Obrar mal y hacer el bien…
Quien aún piense que solo existen el bien y el mal todavía tiene que crecer y más aún, tiene que madurar. En este mundo no existen tales extremos. ¿Podríamos decir que arrebatarle la vida a una persona que ha asesinado a otra está bien? Entonces ¿arrebatarle la vida a otra persona para evitarle la agonía me convierte a mí, a su vez, en merecedor de muerte?
Si no lo hago yo misma, eventualmente morirá, es un hecho inexpugnable. La muerte es algo de lo que nadie puede escapar con vida, pero, si puedo evitarle… Entonces se convierte en una cuestión de humanidad ¿Qué se debe hacer cuando hacer el mal es correcto? Podría esperar a su lado hasta que finalmente deje de respirar, entre agónicos embates, o podría escabullirme en la noche, mientras duerme apaciblemente, inclinarme sobre él y darle un último beso en la mejilla, para luego… finalmente… dejarlo morir.
Lo quise, ya no. Eso es lo correcto, eso es lo que debo sentir, eso es lo que atestigua que aún poseo inteligencia emocional. Si sintiera otra cosa, lo que sea, estaría muerta o sería moralmente deficiente. Siento cólera porque cólera es lo que debo sentir; es éticamente incorrecto admitirlo, pero es, precisamente esta amarga cólera, la que me permite continuar.
Como sea ya está decidido. He decidido que lo haré esta noche, pero no lo haré porque él lo hubiera querido así, ni lo haré pensando en el bien y el mal; lo haré, porque es lo más humano que puedo hacer por él.
Sí, lo haré esta noche.
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