Separada, necesitada.

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A principios de mayo, recibí este email:

¡Hola Juan! Espero que te encuentres muy bien!

De mi parte, en lo laboral, todo bien y mucho trabajo.

En lo personal, Diego se fue de casa a principios de año. Todo un cambio para las tres ... a veces más duro que otras, pero seguro el tiempo ayudará también a elaborar este duelo ... Más que nada por las nenas... Yo sé que voy a estar bien.

Cuando viajes a Rosario, pasá a verme.

Besos Patricia.

 

Ella, de estatura superior a la media, tenía el cuerpo deseable, la proporción perfecta entre cintura y cadera, entre tetas y glúteos, piernas largas agradables, cara visualmente muy atractiva con increíbles ojos celestes que encandilaban a los varones y trastornaban de envidia a las chicas.

No faltaba nunca a clases; era prolija, generosa y devoraba todos los libros que llegaban a sus manos con una avidez digna de encomio.

Los estudios universitarios nos cruzaron y nos enamoramos.

Nos dimos el primer beso luego de escapar juntos de la represión a una movilización estudiantil. Poco tiempo después además de clases teóricas, trabajos prácticos, horas de estudios o de repaso, etc., compartimos almohadas de hoteles alojamiento.

Nos recibimos, tuvimos desavenencias, nos separamos en discordia, nos casamos, con otro ella y con otra yo.

Al tiempo nos volvimos a encontrar, en un evento empresario, y reanudamos el contacto, esporádico y fundamentalmente virtual – vía email, telefónica y, muy espaciadamente, en una mesa de restaurante o café cuando coincidíamos, por trabajo, en la misma ciudad. Ella, casi imperceptiblemente disminuidos con el paso del tiempo y embarazos, conserva sus, raros, atributos físicos de femineidad.

 

Dos semanas después del email, viajé a una ciudad distante 140 km de Rosario. Al enterarse, ella, me invitó a cenar en su casa. Llegué a minutos de las 20:00 hs. Estaba sola, las nenas en casa de los abuelos.

Apenas pasadas las 23:00 Hs, en la penumbra de su cuarto (híper calefaccionado) le acariciaba despacio, con la mayor sutileza, los pechos y el entrepiernas, le pasaba la lengua por el oído y le susurraba cuanto me encanta.

Nos fuimos desvistiendo lentamente, intercalando besos apasionados, de esos besos que indican que es solo el comienzo de algo intensamente deseado.

Ya sin ropas, ambos, me subí encima suyo, le masajeé las tetas con caricias suaves, que sabía que le encantan, le besé y mordí el cuello sutilmente. Se le subió la excitación al rostro y a su voz:

-¡Cuánto me gustas, Juaaann!!-

Le introduje la lengua en la boca, le lamí los pezones, el ombligo, el vientre plano, baje hasta el entrepiernas y metí lengua y un par de dedos en el orificio que reaccionó con contracciones intensas e involuntarias de los músculos y abundante humedad.

Presa de agitación viva y vehemente hizo que me tumbara en el colchón, me besó ardiente, impetuosa mientras acariciaba mi miembro, bajó hasta mi pecho mordisqueó suave mis tetillas mientras con su mano seguía estimulando mis testículos y verga. Llegó, por fin, al pubis se aplicó a dar cuenta de mi garrote vil, lo llevó a la boca entero hasta la garganta, luego despacio y pegando los labios a él lo chupó reiteradamente, con la lengua recorrió en el glande, dio vueltas alrededor del tronco, para volver a introducirlo a la boca por un largo rato.

Yo me estremecía, sudaba y gemía de placer, pero no quería eyacular sin siquiera cogerla. La empujé con firmeza para obligarla a soltar su presa (mi pene) y tumbarla de espaldas. Volví a subirme y la penetré de modo descortés; las embestidas fueron cada vez más violentas. Patricia suspiraba, gemía, murmuraba como poseída que quería más y más, que disfrutaba lo indecible al tenerme dentro de ella. Su orgasmo me lo gritó a plena voz. “Juancito” no dio para más y explotó con un abundante spray de semen en su concha.

Transcurrido un conveniente lapso de cariñosa distención y revigorización “cometimos” el error de ducharnos juntos. Cómo no podía ser de otro modo, el segundo polvo, tan bueno o superador del primero, fue inevitable. Errar es humano, coger es divino.

Nos quedamos dormidos, abrazados, desnudos y sin recordar la cena pendiente.

Previo al desayuno del día siguiente, nos obsequiamos la tercera, soberbia, cogida.

A mañana avanzada me despedí. Ella sedienta de mi semen, yo sediento de su flujo vaginal.

Estamos en contacto para, a la brevedad, coincidir en algún lugar y volver a saciar – siquiera temporalmente – la sed de ambos.


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