La recordaba muy bién, esos ojos azules turquesa, esa alegria saludando a la salida de la iglesia, esas ganas de disfrutar cada segundo. Recondé ese enamoramiento brutal que sentí por ella hace muchos años, el miedo me dominó. Hice el servicio militar en Madrid y allí me quedé para siempre.
Yo la veía desde lejos, con mi sombrero y gafas oscuras. El tiempo la enjeció tanto como a mí, pero sus nietas adolescentes me hicieron recoordar porque me fuí. Ojos claros, melenas largas, lisas y rubias. Eran sirenas como su abuela. Intenté irme, ya había visto demasiado. Mis piernas abanzaban lentamente, el tiempo se había llevado mi juventud y secado mis musculos. Una ventolada tiró mi sombrero al suelo, una de las nietas lo vió y me lo devolvió. A través de mis gafas oscuras pude volver al pasado,por unos segundos: su abuela Sofía me devolviá mi gorra del servicio militar. Al ver que se acercaba el trén, ella me la había quitado y se la había puesto en un arrebato bromista en aquel descanso de dos dias que nos dieron en la mili. Fué la ultima vez que volví al pueblo. Sofia no creía aquel día que ya no volvería, creìa que yo la seguiría al fín del mundo. Que equibocada estaba, yo no desvele mi amor porque ella, lo sabía de sobra.
Ahora su nieta me devuelve el sombrero, le doy las gracias sonrriendo. Me pongo el sobrero, y me digo para mí que ya se cerró el circulo. Voy hacia la parada de taxis a la velocidad de una tortuga, oigo mi nombre, miro hacia atrás. Una de las sirenas, se acerca sonrriendo. Al verla hacercarse siento pánico, más atrás viene Sofía y otrás sirenas. Mi cuerpo de viejo inerte no responde a mis intentos de huir. Me enfado, no quiero ver más, todas son sabedoras que son irresistibles, que su belleza es de otro mundo. Que mirarlas es un deleite, Sofia me mira ya frente a mí. Todas ellas me miran con descaro como un bicho raro. Intento lebantar la barbilla, me quito sobrero y gafas oscuras. La realidad de colores es debastadora, ya no puedo mantener mi mirada de viejo enfadado con el mundo e intento poner buena cara, pero de mis ojos empiezan a salir lagrimas guardadas desde hace muchos años. Sofía me mira como leyera mi mente. Esos ojos turquesa supieron siempre mi presente y mi futuro. Y me suelta: ¡ Abel, que testarudo fuiste, yo esperandoté y tu negandoté a venir!
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