Mis noches contigo

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Te veo ahí, sentado en la silla de mi cuarto. Estás arrebatador. No llevas nada, sólo los boxers, y apoyas tus codos en las piernas para inclinarte un poco hacia la cama. Tus collares habituales cuelgan de tu cuello, y tus manos entrelazadas me distraen. Tus ojos me repasan. Esos bonitos ojos marrones escrutan cada centímetro de mi piel desnuda, que yace lánguida sobre mi cama. Las sábanas revueltas atestiguan nuestras actividades anteriores. Me había quedado dormida después de todo eso, desparramada en la cama, desnuda salvo por mis braguitas.

Me giro hacia ti, somnolienta.

- Hola, preciosa - me saludas.

No puedo evitar ruborizarme ante tus cumplidos. Siempre lo hago. Nunca he estado del todo acostumbrada a ellos, de parte de nadie. Será porque no me considero tan atractiva como parecen verme tus ojos. Te miro, sonriente, y te saco la lengua, juguetona. Eso provoca en ti mi tick nervioso favorito: que te lamas los labios con nerviosismo.

Me retuerzo en la cama con un gruñido suave mientras te levantas de tu atalaya. Parece que te has cansado de observar. Me acaricias la curva de la cadera con delicadeza, disfrutando de mi piel, y la besas. Pasas a mi cintura, y mientras tu mano va ascendiendo por las curvas de mi geografía tus ojos se clavan en los míos y me dejan sin respiración.

¿Qué coño tienes en esos ojos que me provoca esto?

Sin detenerte en tus exploraciones, me empujas hacia atrás para dejarme boca arriba en la cama, y te tumbas a mi lado. No puedo evitarlo, y me vuelvo hacia ti para enroscar mis brazos en tu cuello y acariciarte el cuello. De nuevo, clavas tus ojos en los míos mientras me sigues acariciando. Tus manos son cada vez más atrevidas, más lujuriosas, y mi cuerpo responde instintivamente a tus caricias. Me lanzo a tus labios y te beso, y noto que tu cuerpo responde ante mis atenciones.

Dios, no saldría nunca de esta cama.

Notando tu erección creciente, me doy la vuelta y dejo que incrustes tu erección en mi culo, lo cual me agradece con un sonido gutural que sale directamente del fondo de tu garganta. Tus manos buscan más allá de mis caderas, una de ellas dirigiéndose a mi monte de venus y la otra encaramándose a los montes superiores de mi cuerpo. Con esa delicadeza que sólo tus manos pueden conseguir, comienzas a acariciarme el vello púbico y los pezones, haciendo que me retuerza y gima. Sabes que ya soy tuya cuando notas como arqueo la espalda para que tu erección se encaje aún más en mi culo.

La mano que está explorando mi monte de venus se vuelve más lasciva y atrevida y se lanza a buscar entre mis más recónditas cavidades... Encontrando un más que esperado y deseado manantial. Tus dedos juguetean con mi intimidad mientras yo me retuerzo bajo tus caricias, sin dejar de gemir. Estoy más que húmeda. Han sido dos largas semanas sin ti, sin tus caricias, sin tus besos, y tú también estás acusando la falta de tiempo juntos. No eres capaz de aguantar mucho más, así que rebuscas en la mesilla de noche buscando el envoltorio plateado que nos llevará a ambos al séptimo cielo.

Te lo colocas con facilidad, y sin apenas movernos, vas entrando en mí poco a poco. Tu contacto me hace estremecerme, y sentirte dentro de mí después de este tiempo exasperante me está provocando las más deliciosas sensaciones. Noto cómo tus manos siguen jugueteando con mi cuerpo, haciéndome estremecer de placer, sin poder evitarlo, sin querer evitarlo. Apenas nos hace falta movernos, estamos tan excitados que hasta el más mínimo roce nos provoca intensas sensaciones. Poco a poco la cadencia de nuestras respiraciones comienza a descontrolarse, y nuestros movimientos dejan de ser tan comedidos para comenzar a desbocarse. Cuando ya no puedes más, me tumbas boca abajo y te colocas sobre mí, impidiéndome mucho el movimiento. Gimo de placer. Sabes cuánto me pone esa postura, cuánto disfruto de tus jadeos en mi oído, cuánto me ponen tus mordiscos en el lóbulo de mi oreja.

Noto que tu cadencia se acelera, que tus embestidas se hacen más fuertes, y no puedo evitarlo: estallo, me rompo en mil pedazos bajo tu cuerpo, y al impedirme el movimiento no tengo más que aceptar todo este placer sin poder descaragarlo en convulsiones, lo que lo hace aún más intenso y desbocado. Noto esa dureza característica de tu pene cuando estás tan cerca, y grito tu nombre en medio de mi éxtasis. Al parecer, eso tiene un efecto muy intenso en tí, y oigo tu gemido mientras noto las convulsiones que sacuden tu cuerpo.

Joder, podría pasarme toda la vida en esta cama. Contigo.


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