Se acercaba la noche y no había ni una cama donde dormir. La noche era cerrada, puesto que no había alumbrado alguno y las casas carecían de electricidad.
Opté por dormir en la capilla, al menos allí las velas de la misma, me darían cobijo esa noche y por la mañana temprano regresaría a casa.
Saqué una manta que llevaba en el coche y me dispuse a modo de almohada, uno de los cabeceros del coche.
Como no había mucho que hacer me dediqué a leer el testamento de mi abuela y a repasar las pocas pertenencias que me había dejado. Ya tendría tiempo de pensar que hacer con la aldea.
El testamento era un clásico, totalmente aburrido. Las pocas cosas que me había dejado eran amuletos, un anillo de casada y un pequeño libro, más bien era una agenda.
Empecé a ojearla por encima, eran anotaciones sin sentido. Hablaba de comidas, de tierras, de paisanos del lugar, pero todo en un auténtico desorden espacio temporal, así que poco a poco se me fueron cerrando los ojos.
Mi primer despertar de aquella noche fue a las doce en punto. Un sonido hueco, como pasos, sonaba sin cesar. Pegué una voz por si el párroco había vuelto, pero nadie contestó.
Como me despejé un poco, abrí de nuevo la agenda y traté de leer para quedarme dormido otra vez. De nuevo el sonido de los pasos, me sacó de mi entusiasmo, estaba empezando a comprender muchas de las cosas escritas. Volví a preguntar si había alguien, pero no obtuve respuesta, así que decidí continuar mi lectura, puesto que era poco de creer en fantasmas.
Atando cabos entre todo lo escrito por mi abuela, descifré la muerte de cada uno de sus hijos, incluido mi padre. Conocía las fechas de sus muertes desde mucho antes que se produjeran. De ahí que la acusaran de matar a sus hijos.
Entre otras muchas cosas, por fin encontré un dato que, al leer me provocó un escalofrío y me despejó por completo. Tenía escrita la fecha de su muerte también.
Continué mi lectura, cada vez más interesante y descubrí que también estaba mi nombre en la agenda. Un sudor frío recorrió mi cuerpo, no sabía si debía continuar leyendo, no quería saber mi destino y cuando vendría a buscarme la muerte. Cerré la agenda de golpe e intente dormir de nuevo.
Tras unas horas intentándolo, no pude aguantar más y decidí enfrentarme a ello. Si tenía que conocer el día de mi muerte, porque desaprovechar el tiempo que me quedara de vida?.
La parte que hacía referencia a mi, era extensa. Hablaba de mi padre, de como había accedido a tenerme, pero que después de engendrarme, volvería a ser estéril de nuevo. Que debía llamarme Carlos y no modificar mi nombre y mis apellidos en la vida y que siempre el seis de junio de cada año, le comunicarían a ella todo lo acontecido en mi vida del año anterior. " Dios!- pensé- hoy es seis de junio " y cerré la agenda.
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