Estaba ingresada en un hospital ordinario, con sus olores a enfermedad y muerte perenne que la desazonaban de tal modo hasta hacerle subir la tensión. Ya sabéis, términos médicos estereotipados..
Llevaba días allí, porque su familia estaba preocupada por su estado de salud. No podía conciliar el sueño, apenas tenía apetito y su mirada andaba como perdida, ausente.
No era la primera vez que pasaba por algo así. Su vitalidad siempre había sido "delicada", desde niña. Siempre estaba al límite de caer al precipicio. Pero en el fondo, era una superviviente. Era notoriamente conocida su mala salud de hierro, ahora que ya había llegado a ser adulta.
Así, que cualquier percance o señal de debilidad, hacía saltar las alarmas.
Médicos experimentados y enfermeras eficaces no paraban de hacerle las típicas pruebas y preguntas de rigor, pero no podían acertar con el diagnóstico.
La conclusión final dictaminada por los doctores fue que su corazón fallaba, estaba roto; pero no alcanzaban a entender por qué. Todos los demás órganos funcionaban perfectamente, las analíticas no indicaban nada anormal, ni el resto de estudios de su cuerpo tampoco..
Y efectivamente, su corazón estaba roto y compungido por un amor no correspondido. Ella lo sabía, pero no quería ni podía compartir su dolor con nadie.
La ciencia con los asuntos del alma parece no haberse llevado nunca demasiado bien, están condenadas a no entenderse.
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