Hacía meses que en su cama sentía frio. Daba igual la época del año y las mantas que pusiera, ella seguía sintiendo frio. Como cada mañana talla una rosa roja y se encamina hacia ese lugar que más tristeza ha visto pasar. Y como todos los días coloca su rosa en aquel trozo de piedra fría e inerte en la que viene inscrito el nombre de su marido.
El prometió aquél día nunca separarse de ella y por eso iba cada noche y contemplaba como la mujer que le había llenado sus días de alegría se cepillaba los dientes, desvestía y se metía en la cama. La escuchaba sollozar durante unos minutos hasta que quedaba dormida, momento que él aprovechaba y enlazaba su cuerpo al de ella para abrazarla. A veces la veía tan dormida que se acercaba y le susurraba al oído el mayor “te amo” de todos y a lo que ella inconscientemente respondía con un “yo también cariño”.
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