Inseparables

Fuimos inseparables desde pequeñas.

Yo tenía 9 años cuando la conocí. Ella tenía apenas unos meses.

Supe que estábamos destinadas a estar juntas desde el primer momento en que la ví.

Me agaché para poder cogerla y ella, sin pensárselo dos veces, se subió a mi hombro para poder chocar su cabeza contra la mía.

Con el tiempo nos fuimos uniendo más y más. Donde yo fuera, ella iba detrás. Si no me veía estaba triste, y puedo decir que yo igual.

Era mi niña mimada, mi princesa, la reina de la casa. Cuando mis padres la regañaban siempre venía corriendo a mí, pues sabía que yo la recibiría con mimos.

Yo tenía 21 años cuando tuve que marcharme a estudiar al extranjero, separándome por primera vez de ella. Fue realmente difícil no verla en la escalera de casa sentada esperando a que yo llegara, no poder acariciarla ni escuchar sus ronroneos cuando la decía cosas bonitas y la acariciaba detrás de las orejas, cuando se tumbaba sobre mis apuntes y no me dejaba estudiar.

Me encontraba estudiando fuera cuando me dijeron que había caído enferma. Sin pensarlo dos veces cogí el primer vuelo que fue posible y regresé a casa.

Una sensación de culpabilidad me inundaba por dentro, por haberla dejado sola, por no haber estado con ella cuando me necesitaba.

Los animales pueden caer enfermos si echan de menos a una persona, sí, como lo oís, pueden morir de pena, y eso la pasó a ella.

Estuve con ella en sus últimos momentos, asi como ella estuvo con migo desde un principio.

Sus grandes ojos verdes me miraron por última vez aquel 13 de febrero, mientras yo acariciaba su pelaje gris y la susurraba entre lágrimas, con la voz entrecortada, que siempre sería mi niña, la niña de mamá.