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Ella ocupaba muchos pensamientos, de los míos, llegando incluso a despertar los más variados disvariamientos jamás dilucidados hasta aquel entonces...
No me dejaba en paz la calma mía, así como también en días que nos encontrábamos; y charlábamos como dos personas que se encuentran.
Amaba su voz casi estridente que me dejaba sordo cuando la tenía, como así sus manos que acariciaban mis manos y sus ojos que miraban mis ojos ya cansados de tanto parpadear y suspirar por ella.
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