El cuerpo, en la cama, yace.
Falta un cuarto para que sean las cinco de la madrugada. Mi mente lleva horas despierta. Los párpados continúan cerrados. El recuerdo no deja de mirarte.
En esa actividad, asemejo nuestra relación al mar.
En ese océano particular, hay a veces, grandes turbulencias.
El tren de vida se desborda de contrariedades, y, surgen remolinos de dificultad, que ajan nuestras querencias.
En ese mar de fondo olvidamos el nosotros, el yo egoísta hace de las suyas, y equivocamos los tiempos.
La lucha por alcanzar la altura, termina en lamento, y, el hastío mata la comprensión.
Apelando al conocimiento, la distancia, es la mejor opción.
En el abandono me dejo sentir; la naturaleza actúa, y, los mejores sentimientos, porque aún no están muertos, vuelven a renacer.
Así como el mar vuelve a sentir la vida cuando los peces se despiertan, yo reinvento la manera de volver a latir en ti.
En las caricias de las ondas, nuestras miradas se cruzan. Y, cuando sin motivo surge la risa, nuestros cuerpos entran en otra vibración.
Entonces, el corazón vuelve a estrenar el sí y el alma se endulza.
Ahora es tiempo de calma.
Yo quiero, bajo la libertad, nadar en tu mar. Bordear contigo las piedras que se atraviesen en el camino y, después quiero, como hacen las olas, llegar y descansar, serena, en las orillas de tu playa.
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