EL BUCANERO Y SU VIEJA HISTORIA
ERASE UNA VEZ una taberna donde se habían congregado un tumulto de personas, rodeando a un embravecido corsario, que contaba su vieja historia, de cuando surcaba mares. A la vez que tomaba un sorbo de ron, para mantener el interés que aparentemente habían suscitado sus travesías allá por otros confines.
Pues como os iba contando, con voz ronca y vigorosa, reinició aquella inaudita aventura: comenzó una estruendosa tormenta que asustaría al propio diablo. Y a relampaguear con una fiereza que parecía querer romper hasta el mismísimo cielo. El aguacero que sobre nosotros acaecía inundaba todo cuanto estaba desde proa hasta popa.
Fue cuando me hice cargo de dirigir las maniobras en el vendaval surgido, la tripulación presa de espanto obraba con diligencia para retirar la tromba de agua que se acumulaba en la borda y que llegaba a cubrirnos por las rodillas.
El barco se tambaleaba hacia los lados crujiendo sonoramente hasta el último centímetro de la cubierta, haciéndome pensar por momentos que el encorajinado mar con sus olas podría envolvernos a todos en sus abismales profundidades.
Haciéndome dueño del timón, controlé el rumbo como gran pirata curtido en mil batallas.
Fue amainando el temporal, pudiendo por fin empezar a recobrarme de cuantas energías había consumido para combatir tales adversidades.
Relevándome en el timón por un tiempo otro de los que había emprendido la conquista de las tierras prometidas.
Las aguas se hicieron más mansas a medida que transcurría el tiempo, amaneciendo una mañana tranquila con rayos que se adentraban en mi camarote.
Fue cuando decidí con un portentoso salto salir de mi cama, y viendo en seguida que la dirección donde pretendíamos ir se estaba perdiendo, reorienté de nuevo el camino a seguir, decidiendo que colocasen la vela del bergantín 30 grados oeste y a una velocidad de 15 nudos. Habiendo ya recorrido cientos de millas, se fue avanzando por donde ya había ordenado, cuando al poco tiempo aviste por mi catalejo la isla prometida. Empezaron a invadirnos unas aves zancudas de plumaje blancuzco con manchas grises en sus enormes alas que parecían venir a recibirnos y al poco pude comprobar que eran inofensivas.
Aproximándonos a la orilla atracamos el barco, fuimos descendiendo hasta alcanzar tierra firme con algunas provisiones. Adentrándonos por unas arenas que parecían el preludio del paraíso que en mis sueños figuraba. Allí unas inmensas palmeras aparecían ante nuestros ojos extendiéndose a lo largo de toda la isla como luego pude comprobar. El graznido de miles de aves exóticas y gran variedad de especies, de múltiples colores y de los más diversos tamaños, alegrando un paisaje que conmovería hasta al gran barba negra. No os penséis que aquí acaba todo, aún no había comenzado lo mejor, pronto empezaron a llegar mujeres de ojos de azabache y piel de canela. Pero lo que no llego a comprender es que de todos los dialectos que hablo no llegué a comprender una palabra de lo que pretendían decirnos.
Seguramente pensaron que éramos dioses a quienes tenían que venerar, mostrándonos muchos manjares tropicales que nos invitaron a degustar a nuestro antojo. Después de una gran comilona, nos enseñaron algunas zonas de aquellos parajes de flores asilvestradas y lagos cristalinos desembocando en grandes cataratas. Nos mostraron parte de sus riquezas que consistían en alhajas que relucían incluso más que el sol luminoso y resplandeciente que nos acechaba.
Se fueron desinhibiendo mostrándonos sus bailes a ritmo de tambor, con las danzas más llenas de sensualidad que yo jamás pude imaginar, a la vez que otras muchachas de la tribu nos colgaban collares de piedras preciosas que ellas habían elaborado con suma habilidad y cuidado.
Pero desgraciadamente para nosotros llegaron los indígenas de sus cacerías , me supongo que habrían de ser sus parejas. No debiendo ser muy del agrado por parte de ellos, el ver la devoción que nuestras pieles blancas habían despertado entre ellas y el trato que nos dispensaban.
Teniendo yo que intervenir con prontitud para apaciguar los ánimos hechos clamor de nuestra presencia. Y con buen talante conciliador a modo de gestos amistosos y mediante expresiones faciales desenfadadas improvisé como pude una comunicación con ellos y logré establecer una relación cordial.
Cuando nos dimos cuenta se echó la noche y una luna llena nos ofreció luz que aprovechamos para mantener una velada de canciones marineras y raros canturreos por parte de ellos, bebiendo como cosacos una botella de ron que precedía a otra, que habíamos ido a coger previamente de los barriles de nuestras bodegas.
Percibiendo las cándidas almas que nos rodeaban por la confianza dada en tan breve espacio tiempo.
Poco a poco se fue desmembrando el grupo de cuantos estábamos reunidos, recogiéndose mis piratas en la embarcación y los indígenas en sus aposentos.
Al día siguiente me las ingenié para intercambiar botellas de nuestros suministros, que parecían haber sido de su agrado, y ropajes por algunos cofres de joyas a los cuales no debían concederles el mismo valor que nosotros. Amistosamente nos despedimos y emprendimos el regreso con el botín.
Quedando perplejos todos cuantos allí estaban en la taberna. Alguno le asaltó la duda y preguntó: ¿ y qué fue de dicho botín?
- ¡ A eso no debo de contestar!, replicó enojado. Eso deberías saber que es secreto del viejo lobo del mar que ante vosotros tenéis.
Pronto empezó a suscitar el entusiasmo de embarcarse por parte de los allí se encontraban e ir en busca de tales tesoros y venir cargados de cofres, rodearse de tan bellas mujeres y descubrir aquellos paraísos de ensueño.
Lo que el trato de impedir por todos los medios, por miedo que aquello con lo que lo que tanto había soñado pudiera realmente existir.
Después de unos meses, se supo que parte de aquel gentío que estaba presente, formó parte de una expedición que tomó rumbo en busca de dichos lugares, siguiendo sin saber aún si realmente encontraron lo que con tanto anhelo buscaban o en que paradero se hallan o si un día aparecerán como otro bucanero con su vieja historia.
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