Ojos verdes

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Los demás bajaron la vista cuando entró a excepción de la anciana mujer que se limitó a toser.

    -Siéntate frente a mí-le ordenó la anciana mujer con su cabello canoso moviéndose ligeramente por el aire que entraba de las ventanas artificiales del transbordador.

    La mujer que había entrado por el sistema de teletransportación obedeció y se sentó frente a ella ocupando el lugar que le correspondía al invitado de honor, sin embargo, ella no estaba ahí aquella ocasión como invitada de honor.

    -¿Por qué lo hicieron?-interrogó la mujer con su ojo verde, el único que todavía mantenía, titilando a la poca luz que el transbordador permitía entrada.

    Ninguno de los presentes se atrevió a mirarla al desfigurado rostro; algunos fingían que se acomodaban los pliegues de la ropa, otros que estaban demasiado ocupados analizando la carpeta de informes que había llegado antes que la mujer del rostro calcinado, y la anciana no los culpaba por ello. A ella también le hubiera gustado apartar la vista de aquel ojo verde que refulgía entre las capas de piel calcinada de la muchacha.

    Uno de los presentes fingía que acomodaba los archivos de la carpeta de informes golpeando el costado de las hojas contra la oblonga mesa, cuando un buen puñado de las hojas resbaló de sus temblorosos dedos.

    -Disculpen-dijo mirando a todos los presentes a los ojos excepto a la muchacha, (no podía ver aquella cosa tan cruel) y se puso de pie para luego arrodillarse junto a la pila de folios que se había formado el suelo del transbordador. Se puso a recogerlos mientras todos los presentes le miraban, poniéndolo más nervioso con sus acusadoras miradas-. Listo-declaró al fin y haló una de las sillas de la mesa oblonga para ocupar de nuevo su lugar.

    -Cambia la hoja que está encima-le pidió al hombre una voz que le parecía desconocida. Miró a la derecha, hacía quien le hacía aquella petición y se topó con el rostro desfigurado de su interlocutora. El corazón se le encogió cuando vio aquello que le había pasado en el rostro; le faltaba una de las orejas y su cráneo se había sumido en el lado derecho, además tenía una cuenca vacía y el otro ojo parecía diminuto entre la piel derretida. Bajó la vista inmediatamente pues apenas pudo soportar aquella visión sin gritar por el espanto y se encontró mirando a los ojos a una mujer. En los archivos estaba la fotografía de una mujer, de pelo rubio y tez blanca, parecía muy joven y era definitivamente guapa aquellos ojos verdes… ojos verdes…-Cambia la página-volvió a pedirle la mujer.

    -Hazlo-ordenó la anciana cubriéndose la boca después para toser, con tos de fumadora.

    El hombre cambió la hoja que estaba encima, la que mostraba a la mujer en la fotografía, por la que mostraba la de un hombre joven de aspecto atlético, caucásico y de abundante cabello castaño que le caía sobre los ojos. Un gemido que sonó monstruoso en aquel transbordador de aspecto reducido escapó de los labios de la mujer desfigurada por el fuego.

    -Idiota-le dijo la mujer anciana arrebatándole los folios y poniéndolos de cabeza para mostrar solamente el revés blanco de la hoja, le arrebató también la carpeta que decía en letras doradas: “Víctimas del caso de la enana blanca #263942” y guardó los folios dentro.

    -Dígame, señora-pidió la mujer del rostro desfigurado con una insolente sonrisa iluminando su rostro-¿Están ahí también los inocentes que murieron en la explosión o solo estamos los que pertenecimos a su estúpido ejercito de soldaditos?

    -Ni tú ni los que te siguieron pertenecen ya al ejército y perdieron toda efectividad legal al respecto o cualquier otra regalía que pudiera conceder la membresía a las fuerzas armadas de las naciones unidas del estado terrícola y, de acuerdo a la constitución, los sobrevivientes serán buscados por estafa y traición, sin derecho a juicio.

    Un segundo de silencio siguió a la perorata de la exhausta anciana, roto, únicamente, por la carcajada que contorsionó el pecho de la mujer desfigurada.

    -Sin derecho a juicio-la mujer todavía reía, pero era claro que reía por no llorar-¿Sabe usted quién de verdad no merece juicio? Todos ustedes-algunos levantaron la mirada cuando se respondió a sí misma con la intención de espetar, pero la bajaron inmediatamente cuando se toparon con aquella monstruosidad que antes había sido mujer-Sí, todos ustedes. Son una legión de asesinos, apenas una mera sombra de lo que fueron las fuerzas armadas terrícolas hace doscientos años cuando fueron financiados para la protección del estado terrícola, cuando todos los miembros del ejército habían visto cosas mucho más terribles que una simple mujer desfigurada, cuando consagraron su vida a defender nuestro hogar madre de la primera gran guerra intergaláctica. Dígame, señora, que me equivoco, pues usted sabe mejor que nadie como era el ejército hace un siglo. Que ciega fui, cómo pude no darme cuenta de cuál era el verdadero propósito de nuestras actuales fuerzas armadas, ¿Por qué otra razón, a casi cincuenta y nueve años de la última gran guerra intergaláctica, y de que pactáramos paz con la mayor parte del universo conocido, seguiría existiendo algo similar?

    -No hables más-ordenó la mujer anciana poniéndose de pie-¡Guardias sáquenla!-los guardias la arrestaron inmediatamente sin resistencia por parte de la mujer desfigurada-Ember Anderson quedas arrestada por traición y estafa, por delinquir en contra del ejército y el estado terrícola, por traición a tu patria y por alianza con enemigos comunes contra la humanidad, por el asesinato de los doce traidores que te siguieron y por…

    Una carcajada salió en forma de vaho de la boca de la mujer desfigurada. Su esbelta figura se retorcía por la ironía de aquel último comentario de la Primera Gran General del Ejercito Terrícola.

    -¿Sabe usted-preguntó cuándo se tranquilizó, las manos en la espalda bajo la presa del guardia y con el único mechón de su cabello rubio que le quedaba cayéndole sobre su ojo ciego-cómo funcionan las jerarquías?

    La mujer anciana abrió los ojos de par en par ante la sorpresa que había recibido.

    -¡Guardias-gritó-hay uno más, hay uno…!-una navaja atravesó su pecho e inmediatamente brotó sangre de la boca de la anciana. Los guardias que mantenían sujeta a la mujer desfigurada aflojaron ligeramente la fuerza con la que mantenían sujeta a la mujer para esquivar al hombre que saltaba de aquí y allá acuchillando a los demás miembros del consejo superior de la milicia, y Ember se soltó fácilmente del agarre. Con un gesto en extremo hábil desarmó a los guardias y los asesinó utilizando las armas que les había arrebatado. Para cuando ella terminó de asesinar a los guardias todos los presentes durante aquella reunión estaban muertos.

    Un sollozó salió de los labios de Ember.

    -¿Qué pasa?-preguntó el chico acercándose a ella-todo ha terminado, ganamos.

    -No, no ganamos-respondió acariciándole la herida en el cráneo al chico-nada le devolverá la vida a las civilizaciones que destruimos pensando que eran enemigos. Además, solo retrasamos un poco sus planes, eventualmente volverán a escoger un líder que comande esta cacería de conocimiento.

    El chico no dijo nada, se limitó a abrazarla dejando que ella recostara su cabeza contra su calcinado pecho.


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