Cené con mis progenitores. Mi padre volvió a sacar a relucir el viejo tema.
— ¿Cuándo vas a tener novia?
Yo seguía en mis trece:
— ¡Jo, Papa! ¿Ya estamos con eso? ¡Déjame respirar!
Cuando finalizamos la cena, cogí mi coche y me dirigí a la carretera. Había quedado con mis amigotes en un bar de copas, bastante lejos del lugar donde vivo. No sé el motivo ni la razón de ello, pero en vez de tomar la segura autopista, cogí la vieja carretera, llena de serpenteantes curvas, siempre cuesta arriba y que circula constantemente por el borde de un amenazante barranco.
En cuanto empecé a tomar las curvas, me arrepentí de esa estúpida elección, pero al rato le encontré gusto al asunto, pues hacía mucho tiempo que no recorría aquella vieja ruta, que según comentan por ahí, fue construida sobre una antigua calzada romana.
Pronto dejé de ver las estrellas, pues la niebla apareció en cuanto comencé a ascender y encendí los focos especiales para ella. Mi vista ya solo alcanzaba unos pocos metros por delante del coche.
De repente, al tomar una de esas curvas especialmente cerrada, la silueta de una chica apareció en medio de la carretera. Estaba mirando fijamente a los focos de mi vehículo, inmóvil, en el centro de mi trayectoria. Dando un gran frenazo y un potente volantazo, pasando a escasos centímetros de su cuerpo, logré evitar atropellarla. Nervioso y enfadado, descendí de mi coche gritándole:
— ¿Estás loca? ¡No te he matado de milagro! ¿Qué diablos haces aquí, en medio de la oscuridad y la niebla?
La chica, sin mirarme ni contestarme, se dirigió hacia mi vehículo. Su andar era sumamente extraño, daba la sensación de que flotaba. Abrió la puerta del acompañante del conductor y en silencio, se introdujo en el coche.
Al ver lo que hacía, yo me me metí en él también y ya más tranquilo, le pregunté:
— ¿Quieres que te lleve?
Aquella chica, extremadamente pálida y delgada, con una melena morena lacia que caía sobre sus hombros, asintió con un leve movimiento de cabeza.
Reemprendí entonces la marcha con el vehículo, mientras pensaba:
— ¡Mi padre estaría contento! ¡He conseguido que una chica suba por fin en mi coche!
A los pocos minutos, le pregunté de nuevo:
— ¿A dónde vas?
La chica movió lentamente su cabeza, para mirarme y luego, sin contestar, volvió a dirigir su mirada hacia adelante.
— ¡Debe ser muy tímida! —me dije de nuevo.
Continuábamos el recorrido cuando, intentando romper el hielo, le hice otra pregunta:
— ¿No serás la chica de la Curva del Espanto, verdad?
La muchacha giró de nuevo su cabeza hacia mí, mirándome, frunciendo esta vez su entrecejo, con una mezcla de expresión de incomprensión y desagrado en su rostro, sin decir de nuevo ni una sola palabra.
Yo continúe intentando hacerme el gracioso, prosiguiendo con la broma:
— ¡Ya sabes! La chica de esa leyenda urbana, que la gente cuenta desde hace mucho tiempo….
Su rostro siguió mostrando confusión
— ¿No conoces esa historia? —Continué hablando, sabiendo ya que había metido la pata, intentando hacer una gracia—. Esa chica que supuestamente se le aparece a los conductores en medio de la noche, haciendo autoestop. Sube en sus coches y luego, cuando llegan a la Curva del Espanto, les dice: — ¡Ten cuidado, yo me maté ahí!— Y entonces, desaparece. ¡Ja, ja, ja, ja!
Cuando deje de reír, la miré a los ojos. Estaba furiosa. Entonces me gritó:
— ¡Serás bocazas!
— ¡Oye! ¡Que pasa! —respondí sorprendido.
— ¡Para, para! —continuó gritando.
Detuve el coche y ella se bajó de él de inmediato. Yo la seguí, intentando tranquilizarla.
— ¡Perdona! ¿Qué pasa? ¡No quería molestarte!
— ¡Maldita sea! —exclamó la chica enfadada—. ¡Hace ya casi más de dos años que no subo al coche de nadie!......... ¡Y ahora, cuando al fin lo consigo, lo hago en el de un bocazas!
— ¡Oye, no te pases! ¡No es para tanto! ¡Solo quería hacerme el simpático!.......
— ¡Joder! —Continuó ella, golpeando con sus puños sobre el capo del coche—. ¡Para una frase que tengo que decir, va y ya lo sabes!....
— ¿Qué? —dije boquiabierto.
— ¡Que sí, tío, que sí! ¡Yo soy la chica de la curva del Espanto!
Entonces se echó a llorar. Yo, intentando consolarla, me acerque a ella y la abracé. Su cuerpo estaba frío, como el de un cadáver.
— ¡Tranquila! —le dije con suavidad—. ¿Y que vas a hacer ahora?
— ¿Pues qué va a ser? —respondió sin cesar de llorar—. ¡Esperar que llegue un nuevo conductor y soltarle la fracesita!
— ¡Pero si por aquí, a estas horas, ya no pasa nadie! Solo lo hacen algún motero nostálgico y los ciclistas con ganas de hacerse polvo, cuando más brilla el sol.
Ella continuó llorando desconsoladamente. Yo me encontraba bastante preocupado, pues me sentía culpable de lo ocurrido. Entonces le hablé de nuevo:
— Aquí ya no hay nada que hacer. ¡Sabes?Yo había quedado con unos amigos, pero prefiero estar contigo.....
Ella mi miró entonces a los ojos, limpiando sus lágrimas con el dorso de su mano derecha, respondiendo:
— ¿Seguro?
— ¡Segurísimo!
Subimos los dos al coche y continuamos la ruta. Fuimos a otro lugar, lejos de mis amigos y pasamos juntos el resto de la noche. Antes del amanecer, la dejé en el mismo sitio donde la había recogido.
¡Nos divertimos mucho!¡Lo pasamos de muerte!
Quedamos el próximo sábado, en el mismo sitio, a la misma hora.
Mi padre estaba orgulloso.
¡Por fin yo ya tenía novia!
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