Limpió el polvo que cubría el libro cuidadosamente y comenzó a leer, de nuevo, como hace años, como hace otra vida, sus palabras. Ya no tenían esa consistencia de la primera vez; es como todo, que se distorsiona con el paso del tiempo, que va perdiendo el brillo substancial que le da a las cosas lo diferente, lo trasgresor. A menudo, el transcurso de su vida se iba pareciendo cada vez más a esa lectura, una continuación de sucesos que se desnaturalizaban al despertarse cada día, al dormitar cada noche; mirar atrás era como encontrar un vacío que no le pertenecía, un solar abandonado en el que sólo crecían hierbas salvajes y esquinas tristes, un pasado ajeno más que suyo que deambulaba por su mente como imagen fugaz, a modo de metáfora. Por eso y por más es que decidió hacer como con el libro con su vida: mantenerla apartada hasta que el tiempo hiciera del polvo su estandarte.
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