Escalar pretendían de cenagosas tierras,
mis ojos, de mirada gris,
al contemplar displicentemente,
el superior convexo,
y al inferior cóncavo.
Y quienes yacían junto a mí,
callando, cayendo, sí,
enfermaban en silencio la calma,
siendo vistos, aún tiniebla,
y de los que yacían sobre mí,
incidentalmente estruendaban
la no canora, la sí victoria.
Así pues, acerca de mi alma,
antes opresa del exterior gobierno
que en material empleo,
solo antes gobernaba,
liberta ahora de cadenas,
volaba no, caía en dolorosa calma,
mas a la legua ya divisaba el inevitable final,
y la probabilidad de algo más allá,
con el carácter del que,
desprovisto de oficina científica,
aquesta a la imaginación
como guardia o guarida más segura.
Azogado en pánico sin oficio,
entre polvaredas desaparecía,
ya no calma pues la pena no era escasa,
perdido en tristes reflexiones,
la situación trasunta el alma,
a veces ufana, a veces rechaza,
confuso el entendimiento,
aquí ya, vencido y derrotado,
de a carmesís bajo tierra,
y de a azul al más arriba,
o de cálidas y de a frías.
De suerte que el alma, la mía,
desvencijada de carne y sangre,
trémula se hundía,
sumisa de sus amargas fantasías,
y laxa a lexas tierras se vencía,
sin comprender
¡Oh, no comprendida!
como el honesto tendero que mira,
a la lejanía, en las tierras baldías,
las altivas cimas de las montañas,
inquiriéndose al respecto,
o sobre posibilidades y probabilidades,
de formarse de la nada:
Yo así no comprendía como, ni por qué,
a apenas leve, ligero vaivén,
mi conciencia cedía el letargo,
y entre pesquisas me inundó la bruma
dejándome yacer por fin,
en un páramo de coincidencias conocidas,
conocidas yo y mi alma unidas,
al despertar por la mañana,
aquel día.
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