Hace años abandoné mi pueblo emigrando a otra comunidad española buscando nuevos horizontes donde realizar mi vida junto a mi esposa. Fueron días de dolor, de sufrida integración en la nueva tierra porque nuestra cultura y costumbres se alejaban mucho de las autóctonas, pero hoy, sin olvidar nuestras raíces, nos sentimos una más de esta tierra, aquí han nacido nuestros hijos y nuestros nietos, pero nuestro corazón está y estará en ese pueblo que nos vio nacer y un día tuvimos que abandonar. Todos los años vamos dos o tres veces al pueblo, de vacaciones, para estar y disfrutar con la familia, para ello nos compramos allí un vivienda en la parte nueva del pueblo, en su ampliación, en la falda del pueblo, pues, este está en un promontorio junto al mediterráneo a unos cien metro sobre el nivel de dicho mar. En Navidad es cuando más disfrutamos de las vacaciones y de la familia, pasamos unos días inolvidables, e incluso nos olvidamos de subir a lo “alto del pueblo”, pues así llamamos al casco viejo de la villa. Hace muchos años que no subimos donde yo nací, a mi barrio, pero un día, mi mujer y yo, decidimos dar un paseo por su casco viejo, por ese barrio donde me he criado y crecido.
Como cada año he pasado las navidades en Salobreña, y esta última Navidad hemos subido, mi mujer y yo, a lo "alto del pueblo". Hacía tiempo, en esta época y a esas horas, tarde-noche, que no visitábamos mi barrio, que no ambulábamos por esas calles moriscas que me han visto crecer, que me han visto esconderme por sus más recónditos lugares. Conforme subíamos nos poníamos tétricos, mohínos, descorazonados. ¡Que pena! No vimos a nadie. Era como andar por un desierto donde la escasez de agua es patente. Conversábamos por lo bajini para que nuestro hablar no quebrara el silencio de la noche. La calle Real ya no es la arteria del pueblo, y me vino a la memoria otros momentos, otra época, cuyo trajín de gente la hacía señorial. La gente iba calle arriba, calla abajo, ora a la plaza a comprar comida, ora al viejo correos, ora a comprar pan en el horno de Jesús, ora a comprar tejido en casa de Genaro, ora a comprar calzado en la zapatería de Antonio Paloma, ora a la botica de doña Asunción, o en las noches que la gente subía de ver una película de King karson, o del Enmascarado de Plata, o de Joselito, o de alguna del Oeste Americano en el cine JUSUF CINEMA. Me parecía ver sus espectros subir por la calle Real. ¡Cuánto tiempo pasado! Seguimos subiendo por la estrecha y angosta calle, llegamos a la Placeta, ya no es la que yo recordaba, la de mis juegos de crío, la de antaño. Le falta la vida, su bullicio, su trajín, ya no está la barbería de Juan “el Mudo” o la de Manolico “el Rasguillo”, y, sobre todo, su grifo, donde los críos se lavaban y ayudaban a las mujeres a llenar sus cátaros o sus cubos. Tan solo el bar de Claudio da un poco de luz a la Placeta. Al llegar a la plaza del antigua ayuntamiento, antes Generalísimo Franco, miré en rededor y contemplé sus edificios y la remodelación de dicha plaza con su moderna fuente...Me fascinó. Pero le falta, pensé, aquellos críos que jugaban, entre ellos yo, en ella, ora al pañuelo ora al borrego, o se escondían en el bajo del Ayuntamiento entre las motos vigilados por sus cincos arcos de su fachada...y por los municipales(Manuel “el Caracho”, José “el Municipal”), o se colgaban en los brazos del toldo de la ferretería de Antonio Díaz, o compraban las "chuches", las de antes, en la tienda de la “Franca”, o corrían cuando veían al párroco paras besarle la mano, o intentaban coger los peces rojos que había en la fuente en medio de la plaza. Ya no hay edad de inocencia jugando por la plaza. Le falta la vida. Hay otras calles del barrio que tienen la misma sintonía y hacen del mismo un lugar tenebroso, pero ha tenido unos lugares que son emblemáticos y otros están en el recuerdo, pero brillan por su ausencia. Entre esos lugares recuerdo la taberna de Rafael; la tienda de Salvador y Margarita; la escuela de “Falange” y la de la Sección Femenina y “el callejón de peluca” con su mítica zapatería; la carpintería del Cioríco, la escuela de la señorita Fina y la tienda de Pilar la sastra. Y por supuesto, aunque fue unos años más tarde, no puedo omitir el "BAR PESETAS", icono de muchas generaciones de gentes del lugar. Por ello es hoy un lucero que brilla en lo "alto del pueblo". Estos lugares no hubieran tenido vida, solera, sin sus gentes. Esa buena gente que ha sido la vida y sostén del barrio. Mi pluma está cargada de nombres y sería larga la cita, pero permitidme la licencia para citar algunos: Merceícas, Antonio Santalucía, Don Antonio Morales, Concha “la Modesta”, Paco “el de la luz”....Ese que cualquier hijo del pueblo está pensando ahora, también está en mi pluma. Son las excelencias de mi barrio, pero el tiempo es inexorable, más cualquier tiempo pasado no es mejor, pero la nostalgia y el recuerdo anidan en nuestros corazones y en cualquier momento aflora, porque el progreso y la degradación ética del hombre va haciendo camino, va haciendo su mella.
Adoro mi pueblo porque su embrujo atrapa al visitante y porque ahí están mis raíces, me encantan sus gentes...y me encanta mi barrio, pero deploro que la soledad y el silencio campen, reinen por sus angostas y sinuosas calles. Me da pena verlo desolado, sin vida, ¿olvidado?, ¡eso nunca jamás!, pero aunque la cuita desborde mi corazón, esas calles lúgubres y angostas, esos lugares en mi recuerdo son y serán mi barrio, y lo abandoné cargado de nostalgia, con la pena de que jamás volverá a ser ese barrio que me vio crecer.
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